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La Familia: Espacio insustituible en la formación moral y espiritual del ser humano

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Araceli Ezzatti

Hace unas tres décadas y desde diferentes abordajes: sociológico, psicológico, antropológico, la familia como grupo social básico está en discusión. Desde posiciones radicales que afirman que este núcleo como tal ya no es significativo o vigente en la configuración de la sociedad hasta los grupos defensores acérrimos de la familia “tradicional”, se ha mantenido el tema sin mayores definiciones. Sin embargo los problemas sociales afectivos, educacionales que muestran cada vez más nuevas generaciones afectadas por la violencia, las drogas, la falta de valores, la poca preparación para la vida personal y la responsabilidad social, muestran que hay disfunciones que ameritan una seria reflexión y la toma de posiciones claras. Así como también de acciones que recogiendo la experiencia de las tradiciones sociales más positivas y valiosas acompasen los cambios culturales en una actitud respetuosa, creativa y responsable, sin falsos dogmatismos inconducentes.

 

Si nos situamos en la realidad uruguaya, debemos reconocer, que si bien la familia nuclear sigue un valor sostenido y apreciado en todos los niveles sociales, también se aprecian índices importantes de desestructuración; alto porcentaje de divorcios; muchas familias sostenidas por uno solo de los padres; abandono de niños, que pasan a la situación de calle; suicidio adolescente con cifras bastante alarmantes; violencia familiar y aumento de la delincuencia infanto juvenil, por mencionar lo conocido, lo que se ve en la calle o se recibe por los medios de comunicación. Estos problemas sociales, educacionales y económicas del país, y de hecho, se está haciendo por parte de distintas organizaciones nacionales e internacionales. Sin embargo no debe desestimarse que la familia es, a la vez víctima, y lamentablemente, sostenedora de estos problemas sociales, en tanto no asume su papel irreemplazable deformadora y educadora, especialmente como fuente de la vida afectiva, espiritual y moral de los individuos, ya que hoy día la ciencia, la técnica y las instituciones brindan valiosos aportes en la educación y la formación personal para la inserción social.

 

Al plantear nuestro énfasis en lo afectivo, lo espiritual y lo moral, es importante clarificar de qué estamos hablando. Estos son temas que se pueden profundizar en lo teórico, pero seguramente la explicación a través de casos reales recogidos a lo largo de treinta años de labor pastoral y educativa tendrá más fuerza.

 

P. tiene ahora 17 años. Pertenece a una familia trabajadora con muy buenos ingresos que ha invertido mucho dinero en su educación. Ello ha significado que sus padres han trabajado muchas horas al día, por lo que él pasó por tres guarderías, desde los dos años, luego tres colegios, expulsado de dos. Finalmente dos liceos. Hoy día sin terminar el secundario ha estado internado por consumo de drogas y un intento de suicidio. Es un hermoso muchacho que parece lleno de vida, pero no quiere vivir. Sus padres se preguntan sinceramente angustiados: ¿en qué fallamos?

D. tiene 68 años y está internada en una casa de salud. Hasta hace 4 años estuvo muy activa como dueña de un comercio importante, que atendía con sus 6 hijos. Todos están casados. Tiene 9 nietos. En unos minutos un problema cerebral le cortó la vida activa. Cuando despertó, ya estaba en la casa de salud. Hoy día, muy recuperada de su problema cerebral sigue internada. Sólo la visita uno de sus hijos, una vez al mes cuando va a pagar. Sumida en una gran soledad, se pregunta: ¿para qué crié a seis hijos? ¿Qué hicieron con mi casa y mi dinero? De acuerdo al personal de la clínica ha sido declarada imposibilitada para la administración de su vida y sus bienes.

 

A. es la titular de una familia uruguaya muy particular. Tiene 6 hijos propios y ha recogido 4 más de la calle. A todos les da de comer una vez al día les lava la ropa. Los niños tienen entre 16 y 4 años. ¿De qué viven? Todos piden en el ómnibus. Tienen su zona, su horario, sus líneas bien determinadas. Aportan una importante suma de dinero al día. Una asistente social que visitó la casa a pedido de algunos vecinos, debió poner en su informe que los niños están aparentemente sanos, bien alimentados, tienen buena relación con la mamá. Asisten a la escuela. Otra lectura de la vida de esos pequeños , muestra que: todos fuman, algunos incluso marihuana; saben robar y ocultar el producto de sus robos con la complicidad de su madre, van a la escuela pero no aprenden, porque van pasando de grado por edad. Los mayores ya han estado muchas noches internados en dependencias estatales por vagancia. Su mamá los recoge. Tienen hogar… Esta es la historia común de muchos de los delincuentes que aparecen en los diarios.

 

¿Qué es lo que ha fallado en estas tres situaciones? ¿Puede evitarse la soledad, la falta de sentido en la vida, la distorsión de los valores, el sufrimiento y la degradación de lo humano?

 

Estos tres casos son apenas una pequeñísima, aunque muy dramática muestra, de algunas de las rupturas, quiebres o como alguien dijera muy acertadamente grietas en la sociedad uruguaya. Grietas que afectan los valores, el relacionamiento afectivo en el entramado social, el empobrecimiento espiritual que se manifiesta en la devaluación del otro como persona: la alineación social, la pérdida de afectos, la violencia, la falta de respeto de unos hacia otros, la pérdida de responsabilidad social con los más débiles. El costo social de este descuido moral y espiritual es muy alto y va comprometiendo las generaciones futuras, creando un nuevo perfil social que nos resulta extraño difícil de aceptar en una sociedad reconocida en el mundo por el alto nivel de escolarización, su cultura y su fraternidad.

 

¿Por qué la insistencia en el daño, afectivo, moral y espiritual, cuando los efectos de la violencia, los vicios sociales y las disfunciones educativas son tan evidentes en lo físico y lo material? Justamente porque la dicotomía entre lo material y lo espiritual es una apreciación falsa y altamente peligrosa para la concepción de lo humano. Muchos programas sociales apuntan a mejorar la calidad de vida desde un aumento de las posibilidades materiales, que por cierto son de la mayor importancia, pero indudablemente no es suficiente.

 

Cuando se piensa en el ser humano como creación maravillosa, dotada de potencialidades que le permiten transformar el mundo,. Señorear sobre él, aspirar a una vida de plenitud, la dimensión material queda pequeña, no contiene en sí misma todo ese caudal. El ser humano tiene una dimensión espiritual inherente, que se aprecia en innumerables expresiones de trascendencia de lo simplemente material y en una aspiración de superación a la vez que un cuestionamiento de sus logros. Esa dinámica es un gran motivador del continuo descubrimiento del mundo y de los constantes cambios en las expresiones culturales y las transformaciones sociales. Pero esa dimensión espiritual está profundamente ligada al cuerpo, a la tierra, a la configuración social, que la alientan o la matan. El ser humano es y crece, sufre, y goza como un todo.

 

Al comienzo se proponía a la familia como un espacio privilegiado, insustituible para el cuidado de lo afectivo y lo espiritual de toda persona. Es de la mayor importancia en primer lugar destacar que la familia, sea cual sea su perfil, es un protagonista social de primer orden, con un papel ineludible. Contener afectivamente, alimentar, aceptar y valorar a cada uno de sus miembros, educar y guiar, junto a las otras instituciones sociales, pero reconociendo sus papeles específicos. ¿Quién puede amar si no ha sido amado y aceptado? ¿Quién puede valorar a otro si no ha sido valorado? ¿Hay algún espacio social que pueda sustituir la presencia, el acompañamiento y el afecto de padres y familiares en la vida de un niño? ¿Quién puede mitigar la soledad de un anciano mejor que aquella  familia que él mismo procreó y educó? ¿Por qué tienen tanto poder de convocatoria, especialmente con los jóvenes, las drogas, el alcohol y otros vicios sociales que estropean, a veces en forma irreparable, los mejores años de su vida, ante la mirada estupefacta de sus padres?

 

La formación espiritual y moral no puede quedar librada al azar, debiera comenzar desde el vientre de la madre y en la compañía del padre. Esto puede sonar idílico, pero es irrenunciable. Así como la leche materna alimenta y protege, el afecto y la manifestación clara de valores, la guía, el estímulo y el planteo de límites, son los alimentos del espíritu. Los seres humanos buscan imágenes, modelos, símbolos, palabras, gestos, en los cuales encontrar y performar su propia imagen. En la familia hay muchos espejos, hay mensajes, hay señales. Esas son fuentes de formación de gran fuerza. Marcan, y a diario. Es más, se transmiten de generación en generación.

 

Seguramente la familia uruguaya debe mirarse mucho a sí misma en estos tiempos de cambios en todas las esferas del quehacer humano, tan fácilmente asumidos por la globalización de la cultura y la economía. Debe evaluarse a través sus logros y sus fallas, de sus funciones ausentes. Debe preservar aquellas acciones que defienden la vida y combatir las acciones, los valores, los modelos que la amenazan. Ser familia es un aprendizaje, un desafío, un llamado a la responsabilidad y la esperanza. Es, a la vez, una experiencia nuclear concentradora del encuentro, el afecto, las vivencias más íntimas del ser humano y una experiencia social en tanto da vida, y prepara a la persona para su integración a la sociedad como miembro y protagonista. Es mucho más sabio preguntarse cómo debemos cumplir este papel, que luego lamentar diciendo ¿en qué fallamos?

 

 

Araceli Ezzati de Rochetti, Psicóloga, Pastora de la Iglesia Metodista del Uruguay, Trabajadora Social en zonas marginadas.


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