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Channel: Jorge Guldenzoph: Crónicas, Columnas y Ensayos » Revista Universario Nº 2
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El Fin de siglo en Uruguay: el pasado y el presente se miran las caras.

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En el editorial del anterior número de “Universario” exponíamos las razones de la creación de esta revista y sus compromisos espirituales, éticos e ideológicos. Decíamos que no era un emprendimiento neutro o indiferente frente a las cuestiones ontológicas y axiológicas sino que todo lo contrario dado que partía de ciertos presupuestos. Buscaba así el aportar a la recreación y fortalecimiento de la sociedad y la democracia. Aún, diríamos usando los términos de uno de los integrantes del Consejo Editorial de “Universario”, ayudar a la refundación filosófica de la nación.

 

Hacíamos referencia también en aquel editorial a que esas raíces espiritualistas tenían en nuestro país dos grandes vertientes: el judeocristianismo y el deísmo, o racionalismo-espiritualista. Expresamente decíamos que los conflictos y desencuentros entre esas vertientes religiosas y filosóficas tuvieron, como efecto posterior, el abrir el paso a formas de pensar materialistas, que impusieron una fuerte marca en la educación, la cultura y los valores, relegando la fe, la religiosidad y la espiritualidad a un plano secundario, cuando no oprimiéndolas.

 

Cuando escribimos aquello, en octubre del año pasado, lo hicimos en la certeza de que en este fin de siglo en Uruguay, el pasado y el presente se mirarían a la cara. Teníamos la certeza, que en un mundo, que clama por un reavivamiento espiritual y ético – hecho sobre el que coinciden líderes religiosos, políticos y académicos – aquellos desencuentros del pasado, como sus consecuencias no deseadas, debían ser reparados. Nuevos actores para restaurar un pasado. Los hechos nos han dado la razón y reforzado aún más aquella certitud.

 

Muchos eruditos al analizar la Historia han encontrado en distintos momentos del proceso histórico, hechos, circunstancias, retos, y personajes que aunque separados por años, siglos, y aun milenios, parecían tener una similitud entre sí o aún más, el ser una especie de repetición de lo sucedido en otra época. Hechos, circunstancias, retos, personajes que se asemejan entre ellos han llevado a pensar que hay “paralelos” en la historia. Pero quienes tienen fe en un Dios que busca conducir a sus “hijos” hacia un mundo de bien, ven detrás de esto la mano del Creador, su Providencia, para conducir a la historia humana hacia su Reino.

 

Estas similitudes históricas, que son un tema en sí misma, se puede apreciar en la historia del Uruguay y en particular comparando este fin de siglo con el anterior. No compartimos la idea de un determinismo absoluto en la evolución de la sociedad humana pero sí la idea de que todas las cuestiones tienen la oportunidad de finalmente “repararse” y volver al cauce original y correcto. Allí sí, los creyentes ven la mano de Dios que busca crear nueva oportunidad y la de nosotros los humanos de cumplir con nuestra responsabilidad.

 

No parece un hecho casual que a fines de este siglo, otro “Batlle”, sobrino nieto de José Batlle y Ordóñez –Quién marco a fuego el curso del Uruguay moderno – tenga la optima posibilidad de asumir la Presidencia de la República, y que compita en esa meta con otro «Herrera», nieto del Dr. Luis Alberto de Herrera, jefe civil del Partido rival al de Batlle y Ordóñez, y opositor político a éste y a sus descendientes durante medio siglo.

 

Tampoco lo es que la Iglesia Católica tenga hoy un nuevo liderazgo, el del Arzobispo de Montevideo, Monseñor Nicolás Cotugno, un liderazgo fuerte, incisivo y controversial que pone “el dedo en la llaga”. Y no parece casualidad si pensamos que a fines de siglo pasado comenzó también en la Iglesia Católica un liderazgo que es todo un símbolo histórico, el del primer Arzobispo de Montevideo, Monseñor Mariano Soler quien también entre otras cosas habló con fuerza y en forma pública sobre la cuestión social y la educación.

 

No podría dejar de llamarnos la atención también  como esa Universidad de la República que a fines del siglo XIX fue ganada por el “positivismo”, suplantado luego en la posición rectora de nuestra principal casa de estudios por el marxismo, comienza hoy a desandar algunos caminos y dirigirse hacia una era de cambios.

 

No es casualidad tampoco que el tema del contenido filosófico y axiológico de la educación vuelva a plantearse por aquellos actores e instituciones que como la Iglesia Católica y otras fuerzas religiosas y espirituales tienen como la Iglesia Católica y otras fuerzas religiosas y espirituales tienen como cometido de vida el proclamar y promover esos asuntos.

 

Todo esto está sucediendo en un escenario donde por doquier hay señales de cambios espirituales que parecen de alguna forma dirigirse a reparar algunos resultados no beneficiosos de la disputa religiosa y filosófica de los últimos veinticinco años del siglo pasado. Las señales, desde el retorno a la democracia en 1985, han sido muchas. Ya hemos hablado de ellas en otras oportunidades y aún las hemos descrito. Podríamos sintetizarlos en estos aspectos: a) – una creciente inquietud espiritual entre los uruguayos y una afirmación entre los uruguayos y una afirmación de que la mayoría absoluta de ellos cree en un Dios; b) – una revalorización entre los líderes del país de la importancia y valor del fenómeno religioso y de la espiritualidad humana; c) – una relación, intercambio, comunicación, y cooperación más fluida entre las fuerzas religiosas y espirituales y el Gobierno y los Partidos Políticos; d) – un mayor clima de tolerancia y buenas relaciones – en las que actores de las dos partes aportaron de gran forma – entre opositores espirituales del pasado, como fueron la Iglesia Católica y la Masonería.

 

Si hay un hito en todo, esto éste lo han sido las dos visitas del Papa Juan Pablo II. Aún, para los que no profesamos la fe católica, si presencia marcó un cambio de era en la historia espiritual de este país.

 

Más allá de que uno no pueda compartir todo, algo o nada de lo que haya afirmado el Arzobispo de Montevideo algo se hace evidente. No estamos acostumbrados a un papel más activo de la religión y una incidencia de ésta en la vida social de la nación. La “defensa” frente a este hecho ha sido recordar la bondad del Estado Laico. Totalmente cierto. El Estado Laico es para los creyentes el mejor ámbito y la mejor garantía para expresar su fe. Nadie pretende cambiar esta característica del Estado Uruguayo. Por el contrario creo que lo que muchos pretenden es simplemente que un Estado Laico no sea un Estado hostil o indiferente al hecho religioso. Todos sabemos que así fue muchas veces en el pasado – por culpas compartidas entre los campos religiosos y secular – pero que ahora presenciamos notables signos de un cambio. Debemos reconocer el valor que el Presidente de la República ha tenido en oportunidad de un discurso suyo de agosto del año pasado de asumir esa realidad histórica. Como la del Dr. Batlle en rescatar en la década pasada el concepto de la necesaria espiritualidad del siglo venidero o del Dr. Lacalle al referirse a Dios en su discurso de apertura de su Presidencia.

 

Creemos que es sabio calmar nuestros ánimos y asumir que nadie piensa hoy en desandar el camino de abandonar un Estado Laico que ha tenido como uno de sus más grandes resultados benéficos la tolerancia que se vive en este país y que tiene símbolos, como es por ejemplo la Confraternidad Judeo-Cristiana. No estamos no ante una “guerra santa” ni ante una “guerra laica”.

 

En un segundo orden es bueno ver esto en relación con la educación. Ese parece ser nuevamente un campo de desavenencia. Hay allí sin duda un “atrincheramiento” de tendencias que a diferencias de lo que sucede en otros ámbitos sigue siendo hostil al fenómeno religioso y espiritual. En esto no hay diferencia de identificación política, sucede entre responsables educacionales vinculados a todas las tendencias partidarias.

 

Es aquí y no es casualidad que lo sea, en donde hay un “nudo” difícil de desarmar. No vamos a expandir nuestros comentarios acerca de la razón de esto porque parecen obvias. Pero creemos que es aquí donde muchas veces ignoramos o ocultamos algunos hechos históricos de enorme significación.

 

Creemos que son legítimos y buenos los esfuerzos a favor de que la educación laica sea laica y no un ámbito de un laicismo militante que ha conducido a echar de las aulas la consideración del fenómeno religioso, las inquietudes humanas y los valores que ellas conllevan. Creemos que esos esfuerzos son importantes y decisivos para el futuro del Uruguay por le simple hecho de que ponen el énfasis en la necesidad imperiosa de nuestros niños y adolescentes de recibir una educación apropiada para su espíritu y su corazón y evitar ser formados con una óptica unilateral del ser humano donde todo parece ser  cuestión dee mero conocimiento intelectual, técnico y físico.

 

Pero además de esto, las exigencias de cambios, reflejan valores de la educación valeriana, a la que creo que a nadie se le ocurrirá tildarla de “confesional”. Es útil recordar en estos momentos algunas declaraciones de José Pedro Varela: “la instrucción debe servir para desarrollar los sentimientos morales y religiosos… Al instructor laico, el cuidado de desarrollar la moralidad, los principios religiosos comunes a todas las creencias”. Una escuela laica pero no atea. El artículo 71 de la Constitución de la República afirma que los centros de estudio deben propender a la formación moral y ética de los alumnos, ¿alguien puede creer que ello puede hacerse sin enseñar los principios y valores de la tradición judeocristiana?

 

Nos gustaría también traer a nuestra memoria a Carl Cristian Federico Krause, un pensador masón alemán de gran sentimiento y profundidad y que tuvo influencia importante en la formación del pensamiento racionalista-espiritualista nacional, filosofía que como señalo el Diputado Abdala en su respuesta a Monseñor Cotugno, está en la base del batllismo.

 

Krause en su obra “Los mandamientos de la Humanidad” dice: “No hay ciencia ni principio, educación son elevación, elevación sin Dios”, agregando que “la educación debe permitir al niño comprenderse a sí mismo, reconocer el valor de la razón… y acercarse a Dios como a su causa universal y causa universal de todas las criaturas”.

 

Nuestra conclusión es que el Uruguay esta hoy enfrentado a reparar algunos resultados no deseados de las disputas religiosas y filosóficas del pasado. Uno de ellos, tal vez el más determinante, fue, como dijimos al principio, el que las fuerzas espiritualistas (entendemos a éstas como las que afirman la existencia de un Creador, de un espíritu humano eterno, de la trascendencia de la vida humana, de la preponderancia de los valores espirituales, entre otros aspectos), reflejadas a fin del siglo pasado por el cristianismo y el racionalismo espiritualista o deísmo tomaron un curso en el que se puso el acento en las diferencias y no en los grandes valores que les eran comunes. Esa división preparó el camino al positivismo y más adelante al marxismo como ideologías gravitantes y decisivas en la formación cultural y educacional nacional.

 

La historia nacional tomó así un curso más similar al francés en donde se ese enfrentamiento tuvo momentos sangrientos, que por suerte nunca prendieron en nuestro país, y no al estadounidense en donde los valores nacionales fueron el resultado de una cooperación y entendimiento entre el cristianismo y el deísmo.

 

Los representantes históricos de esas mismas fuerzas no deberían repetir los errores del pasado y perder esta nueva oportunidad. La oportunidad de recrear las bases espiritualistas de la sociedad y democracia uruguayas. Las futuras generaciones estarán agradecidas por la visión, la grandeza, la amplitud de espíritu y la capacidad de corregir el pasado, que muestren hoy, quienes la Providencia ha puesto en el lugar de cumplir con esa misión histórica. Que así sea.


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