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Reflexiones sobre la Situación actual en los Balcanes (1998-99)

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Alphonse E. -Max

Mientras  que la conflictividad irresuelta en el Medio Oriente es ya una cons­tante que se pro­longa por más de medio siglo, las guerras de los Balcanes du­ran ya casi diez años. Tampoco allá se vislumbra una so­lución.

El colapso de la Unión Soviética tuvo como natural corolario la san­grienta fragmentación de Yugoslavia. Los dos conglomerados territoria­les eran tan artificiales como inviables. Sólo las particu­laridades étni­cas de los pueblos subyugados por los rusos facilitaron la precaria co­hesión del país bajo la domina­ción sampeterburguense y mos­covita, que en algunos casos duró siglos. Además, los rusos, incapaces de de­sarrollar una flota a semejanza de los ingle­ses y pos­teriormente de los alema­nes, se expandían sólo por tierra. Y mientras Occidente prescin­dió de sus colonias en ultramar, una vez entendidas las ten­dencias de la realidad internacio­nal, los rusos no mostraron ningún  instinto de auto preservación relacionado con su extendida y por esto mismo ya insos­tenible estatidad. Los mojo­nes en el camino de la Unión Soviética, después de la Segunda Guerra Mundial, se sintetizan muy breve­mente:

  • expansión autodes­tructiva;
  • fracaso en el deseo de superar las peores características del totalita­rismo; degene­ración y colapso.
  • Sin aviso previo, la URSS dejó de existir en 1991.

Yugoslavia, o lo que queda de ella, era  un engendro toda­vía más artificial. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial con la derrota de la Alemania del káiser y la desapa­rición del Imperio Austro-húngaro, Francia e Inglaterra, en su pavor frente a un eventual renacimiento alemán, decidieron la creación de un Estado de los Eslavos del Sur (Yugoslavia) que llenase el vacío geopolí­tico dejado por los desaparecidos austriacos. ¡Este Estado fue creado en el correr de 19 días! Los serbios fueron en­cargados de go­bernar este va­riopinto invento. Sus integrantes eran croatas, bosnios y eslove­nos, hasta este momento súbditos austriacos recién salidos de las trinche­ras donde su enemigo eran los serbios. Los serbios, por su parte, fue­ron derrota­dos en distintas instancias durante la guerra por austriacos, alemanes y búlga­ros.

No voy a seguir aquí con la narración histórica. Sólo quiero subrayar la paté­tica inviabilidad de un Estado salido de la retorta política posbélica, como si estuviera preprogramado inten­cio­nalmente para el caos venidero. Y así fue. Y así sigue siendo. En la actualidad con mucha más sangre y con una po­tenciali­dad explosiva muchísimo mayor. Pero no con menos intrigas. Veamos.

La mitogénica región de Kosovo siempre perteneció a Serbia aún en la época del yugo otomano, y los vín­culos his­tóricos se mantienen y se veneran. Pero su población en la actualidad es 90% albanesa y fuertemente hostil a Serbia a causa del terror total que Belgrado ejerce sobre la región, especialmente vigori­zado después de 1989. Durante el largo reinado de Tito, el dictador supo llevar un equilibrio interno, en pri­mer lugar, porque él mismo no era serbio sino croata-esloveno. Los serbios tuvieron que aguantarlo intuyendo que su desaparición hubiera seducido a los soviéticos a in­tervenir en Yugoslavia para “preservar y mantener la paz en los Balcanes” y contra los “imperialistas occidenta­les”. En Belgrado sabían muy bien que los soviéticos lo hicieron con mucho entusiasmo y con simila­res pretextos, en Alemania Oriental, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Afganistán. Y no fue preci­samente Stalin quien pro­vocó estas guerras inter-comunistas  sino  sus herederos, cuyos refle­jos im­periales se mantenían intactos… Tito creó, además de las ya exis­tentes repúblicas federativas, Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro y en aras del balance de poder en Yugoslavia, otro Estado federa­tivo, Bosnia-Herzegovina y dos territo­rios autónomos, Voivodina con una fuerte mino­ría húngara y Kosovo con un fuertísima mayoría albanesa.

La torpe política de Belgrado de tiranizar, en muchos casos gratui­ta­mente, a la población local de Kosovo, después de la muerte de Tito, llevó a esta región a su ac­tual estado de insubordinación y violenta re­beldía. Los ser­bios, imitando a sus maestros estalinistas, creían que con matar gente en masa solucionaban la crisis. (Stalin decía paremio­lógicamente: “Vive el hombre, trae problema. Muerto el hombre, no hay más problema”).

Para los serbios las perspectivas en Kosovo son sombrías. La incremen­tada ten­dencia procreativa de los kosovares, islámicos por religión, ha determinado la matanza en masa de bebés y mujeres en la edad re­productiva. El antimahome­tanismo eliminista o, mejor dicho, el etnici­dio no es sólo cuestión de proter­via indivi­dual sino responde a una política de Estado, “racionalmente” elaborada por parte de los “ideólogos” nacionalistas serbios. Serbia, abortos despenaliza­dos me­diante, se transformará en pocos años en una senescente sociedad nu­li­pa­resca. Calculan que en treinta años los musul­manes en la rema­nente Yugoslavia serán mayoría. Pues la consigna preventiva del día es liquidar hom­bres y púberes capaces de llevar armas, y previendo el futuro, matar tam­bién mujeres jóvenes, potencial­mente multíparas, y su cría. Esta grotesca “política demográfica” de Belgrado obviamente está conde­nada al fracaso. Parece que los serbios no aprendieron nada de nadie. No conocen la elementarísima verdad de que el hombre no es calculable y planificable, porque es básicamente un ser que se maneja por emociones, instintos y no por categorías racionales.

¿Y Occidente? Tanto Estados Unidos como Europa Occidental no es­tán en fa­vor de la inde­pendencia de Kosovo y su separación territorial de Serbia. Saben que Kosovo como República independiente no tiene posibilidades de sobrevivir como Estado. Lo más probable es que sería absorbido por la “madre patria”, Albania. En Tirana ya están soñando en su desiderativismo imparable con la “Gran Albania”. Esto no signifi­caría otra cosa que guerras interminables en los Balcanes, encadena­das una con otra. En los Balcanes raras veces se terminan la guerras con los mismos aliados con los cuales se la había comenzado. En el caso hipotético de que Kosovo con­siguiera su independencia, su subsistencia continua sólo será posible con el apoyo de los países is­lámicos. En Bosnia, por ejemplo, que corre el serio peligro de transfor­marse de un Estado mahome­tano en islámico, ya actúan fuertes con­tingentes de iraníes, palestinos, libios y otra caterva de desesperados de­semplea­dos provenientes de los países árabes. Con una Kosovo is­lámica, así como con las fuertes minorías musulmanas en Macedonia y Bulgaria, las gue­rras balcánicas están aseguradas para mucho tiempo. En estas circunstancias, menos segura aparece la paz en el resto de Europa. Y no hablemos del Medio Oriente y el sur del Cáucaso.

En Occidente saben todo esto y mucho más. Saben, pero no piensan. Por eso, un hombre de lóbrega reputación como Slobodan Miloshevich parecía durante varios años como la mejor entre las peores opcio­nes. Por el solo hecho de que Occidente lo soportaba, él, tímido con relación a sus pro­pias res­ponsabilidades, se consideraba indispensable. Pero él es consciente del te­rreno de arenas movedizas sobre el cual se mueve, y cualquier concesión que haga, amenaza su existencia, y no sólo política… Su entorno en Belgrado es tan fun­damentalista-nacio­nalista como él mismo y no se le puede acusar de ser exce­sivo en la racionalidad. Más bien es fuerte en su obstinación y débil en el jui­cio. La cúpula go­bernante en Belgrado cree que necesita la destrucción de Kosovo para poder dominar lo destruido, y así llegar al poder norma­tivo de lo factual. Con todo, los extremistas albaneses tampoco parecen me­jores. Los gue­rrilleros kosovares, con la paralizante miopía de dile­mas absolutos como «independencia o muerte», no van a ir muy lejos.

La Muerte como Opción

Los detalles de los actuales acontecimientos balcánicos son conocidos por todos los que tienen interés en el tema. No los re­capitularé. Intentaré expli­car algunas de las causas menos visibles del conflicto.

El fondo de lo que está ocurriendo en la península balcánica en este mo­mento es multicausal y suma­mente intrincado. Sus raíces están tanto en la historia lejana como en la contemporánea; en los inte­re­ses de los  grandes países europeos que tratan de desviar y demorar sus potenciales conflictos hacia zonas periféricas y a través de interpósitas fuerzas; en las particulari­dades características de la pobla­ción y, fi­nalmente, en el anti­historicismo de algunos líderes de que es causa  de  la  profunda incom­prensión de las condiciones en la actual política internacional por parte de la camorra de Belgrado.

Quinientos años de dominación islámica en el sudoeste europeo, y la falta de europeidad, han dejado su indeleble im­pronta en el carácter de sus habitantes y profundos resenti­mien­tos no resueltos e in­tencional­mente cultivados y guardados en la memo­ria colectiva de los pueblos. La his­toria sigue más presente de lo que algunos su­ponen o quisieran suponer. Jamás en­tendieron que la memoria importa, pero el olvido también.

Los elementos que conspiran contra la convivencia en los Balcanes son: la total intolerancia hacia todo y to­dos, la obsesión por la venganza como ele­mento de justicia per­sonal y tribal, la incapacidad de ha­cer concesiones, el reconocimiento y sumisión sólo frente a la superior fuerza  del enemigo, la obsti­nación de no intentar entender las ra­zones de la otra parte en pugna, la absoluta carencia de elementos racionales para ana­lizar personas y situacio­nes con pragmática objetividad y un sinfín de primiti­vis­mos comportamenta­les.

La venganza es quizás la institución más típica y constante en la con­ducción de la política y en las gue­rras interbalcánicas. El miedo y el pavor a causa de la iniquidad total por parte de víctimas y victima­rios por igual, contribuyen considerablemente a la es­tabilización de los re­gímenes en pugna. Siendo el elemento étnico el único punto refe­rencial en las hostilidades (aún tomado como pretexto en muchos casos), las traiciones o de­serciones entre los antagonistas, son raros y atípicas.

Es grotesco sólo pensar que con pueblos enemigos entre sí y con estas pecu­liaridades de característi­cas comunes se puede crear un Estado tan enparchetado e integrarlos par force dentro de fronteras ar­tificiales, como el caso de la fi­nada Yugoslavia cuando fue parida de hecho en 1918, llenando en gran parte el vacío geopolítico creado por el de­rrumbe de la monarquía bicéfala de los Habsburgos.

Pero los ven­cedores europeos de la Primera Guerra Mundial es­taban tan em­briagados con la victoria sobre la Alemania guillermina (de paso sea dicho, sólo fue posible gracias a la intervención nor­tea­me­ricana) y tan asustados de un posible nuevo renacimiento germano que estaban pro­pensos a cometer cual­quier memez. Y la cometieron, no más. La inteligencia consiste en prever las necedades para evi­tarlas. Versalles se trans­formó en la gran partera del totalitarismo moderno.

Uno siempre tiene dudas de sus propias conclusiones. Quizás la crea­ción de Yugoslavia en el correr de dos semanas y media (entre el 11 de noviembre y el 1º de diciembre de 1918), después de todo, no fue sólo una memada de alto nivel, sino además, un acto moti­vado por razones estratégicas cuya in­tención era el desplazamiento de futuros  teatros de  guerras continentales hacía la Europa danubiana y oriental. No lo pode­mos saber. Pero me quedo con  Anatole France que  decía en al­gún lado: “Sólo la estupidez humana puede aproximada­mente suge­rir­nos la esencia del concepto del infinito…” (Cito de memoria.)

Lo cierto es que, Yugoslavia desde el día de su nacimiento fue un Estado su­mamente problemá­tico. El conflicto entre croatas y serbios era permanente, asesinatos y magni­cidio mediante. El principio de la Segunda Guerra Mundial ofreció la oportunidad para que una parte de los croatas diera rienda suelta a sus sentimientos ultra-nacionalis­tas, asesinando a casi un millón de yugos­la­vos pertenecientes a las otras etnias. Al final de la misma guerra los ser­bios, gracias a la victo­ria aliada, a su vez, tuvieron su gran chance de ven­garse: mataron a casi 800.000 croatas, además de miles de montenegrinos, mace­do­nios, bosnios, albaneses y…serbios, con los cuales no coincidían (los monár­quicos).

Lo que los gobernantes serbios parece que no entienden, y quizás los croatas tampoco, es que, en la política internacional contemporánea que apunta a la paz, para que ésta sea exitosa en las regiones conflicti­vas, los reclamos  his­tóricos de territorialidad deben ser reconciliados con el derecho demo­gráfico  de la población mayoritaria de estas re­giones. Y desde la óptica de la geopolí­tica ninguna nación puede ser “culpable” de nada. Pero en los Balcanes nin­gún pueblo  puede sal­varse ni de su geo­grafía ni de su historia.

No era difícil prever que un estado yugoslavo, artificial por definición, nunca pudo ha­ber sido viable. Tito mantuvo un precario balance, la Pax Titensis  du­rante más de treinta años, primero, porque era sabido por todos que cual­quier dese­quilibrio en el área hubiera dado mo­tivo a Moscú para inter­venir con su tropas euro-asiáticas (para todos los in­volucrados Tito era preferible a Stalin); segundo, porque Tito, no siendo serbio el mismo, era más potable para el resto de la población yugoslava; y tercero, porque Tito, en aras de man­tener el ultrasensible equilibrio étnico, ro­bustecía a las princi­pales mino­rías ofreciéndoles mayor autonomía.

Por su parte, Occidente apoyaba a Belgrado en aquella época como contra­peso a Moscú, consciente del hecho de que los soviéticos busca­ban aumentar su he­gemonía también en esta zona bal­cánica (en  Bulgaria ya estaban sóli­damente instala­dos) para tener ac­ceso al Adriático y al Mediterráneo. A prin­cipio de la década de los años 50, Tito llegó a par­ticipar indirectamente en la OTAN vía el “Pacto Balcánico”, de 20 años de duración, formado por Grecia, Turquía y Yugoslavia, que en 1953, cuando se firmó, fue definido como “amistoso” para transformarse dicho tratado, un año más tarde, en neta­mente militar.

Volviendo a la actualidad. El retrocomunista Miloshevich es hoy por hoy el villano universal. Y con ra­zón. Pero, a diferencia de las comu­nes usanzas balcánicas, tra­taremos de definir a los protagonistas y no sólo vilipendiarlos. Miloshevich se cree incom­prendido por el mundo exterior. Es un modo más de soberbia. Es la arro­gan­cia de la convicción que considera sólo la jus­ticia de sus propios argumentos. Pero lo más signifi­cativo de su personalidad es el hecho de que Slobodan Miloshevich es un sujeto enfermo. Esto no es una categoriza­ción polémica o agresiva. Es un diagnóstico, aun hecho por un lego. Aparte de saberse que Miloshevich es un crónico y agudo diabético insulinodependiente,  es de pú­blico co­nocimiento que el hombre fuerte de lo que resta de Yugoslavia, es so­brino e hijo de dos padres  suici­das. (Vide ut infra) Cargado con esta hipoteca genética, la muerte como tal, la propia y la de los demás, no es la ul­tima ratio  sino uno de los elementos preferidos, frecuente­mente apli­cado, que integra su escala opcio­nal. Para Miloshevich, hereditaria­mente privado del instinto de autopreser­vación, es más natural elegir la   muerte  como “solución” a una situación no resuelta que el es­fuerzo po­lítico y di­plomático de evi­tarla, o la búsqueda de alternativas. Tan simple como eso. Este fenómeno es cono­cido en la litera­tura espe­ciali­zada como “tanatomanía”o “tanatofilia”.

Hecha la afirmación psicologizante anterior, hay que agregar una con­sidera­ción de or­den político. El ultranacionalismo reduce por completo el margen de maniobra de los políticos frente a una crisis in­ternacio­nal. El entorno de Miloshevich en su madriguera belgradense, y aún sus nume­rosos oposito­res internos, son no menos extre­mistas y radi­cales que él. La oposición serbomarxista es peor aún que Miloshevich a quien se oponen. Necios, sí, pero ilumi­nados también. Me temo que en su pa­roxismo chauvinista, protegido por un impene­trable blindaje mental, Miloshevich está acompa­ñado por la mayoría del pueblo ser­bio. Los regímenes totalitarios prolongados son impensables sin la ac­tiva o pasiva participación de un alto o decisivo porcentaje de la po­blación.

En Serbia hoy la realidad supera la imaginación. Y es precisamente esto lo que asusta. Piensan con el deseo y sueñan todavía con la “Gran Serbia”, un meta­principio inviable y absurdo, y han to­mado esos sue­ños por realidad. Este sueño serbio se ha transformado, hace ya mu­cho tiempo, en pesadilla para el resto de los habitantes de Yugoslavia y ha contribuido  a su disolución. Lo que quedó de este país, mul­tiétnico y artificial desde su inicio, hoy en día son  sólo Serbia y Montenegro. La inusual violencia contra Kosovo tiene la inten­ción de transmitir también a los montenegrinos qué es lo que les espera si deciden se­pa­rarse de Serbia y abandonar la ficción yugoslava. En el territorio de Montenegro se encuentra el úl­timo puerto adriático del que Serbia todavía dispone, y fuertes tenden­cias centrifugales dominan el pe­queño país enquistado en las monta­ñas. El gran guiñol continuará en la pe­nínsula. Bosnia, en compara­ción, quizás  sólo era un ensayo en  la clásica tragedia balcánica. Hay que saberlo: la crueldad aplicada en las guerras in­terbalcánicas no se disimula. Todo lo contrario. Es demostración de una ma­nera determi­nada de actuar cuya inten­cionalidad consiste en desmoralizar al ene­migo y así desestabilizar su resistencia.

Una observación al margen. Nosotros estamos, en la presente contingencia balcánica, al lado del más dé­bil, los albaneses, cuyos más elementales derechos humanos, los de la vida, son perversamente violados.  No por esto descar­tamos del todo que, si las condiciones hubieran sido diferentes, los funda­mentalistas albaneses actua­rían de muy similar manera a como ac­tual­mente lo hacen los chauvinistas serbios. En los Balcanes, en gene­ral, la violencia, o se sufre, o se la ejerce. Pero, sea como sea, son siem­pre las víctimas las que merecen nuestra compa­sión.

Los ataques occidentales contra la remanente integridad territorial de Serbia, algo perfectamente pre­visible por las repetidas advertencias de los voceros de la OTAN que po­seen de hecho obvias faculta­des sancio­natorias, no pueden sorprender a nadie, y me­nos a los serbios. [Y aquí cabe una observación pa­rentética y de orden general. La conti­nua y justa lucha contra el na­cional-socialismo de Hitler, pierde poder de convic­ción sí no se dedica similar es­fuerzo en condenar a los geno­cidas de la calaña de Stalin, Mao y Miloshevich].

Ningún gobernante belgra­dense que intente preservar su posición de poder, puede considerar la  invi­tación de hacer la menor concesión en aras de una solución del con­flicto kosovar que se está metasta­siando. Sólo la generalizada acepta­ción de una derrota total e irreversible lle­vará a los gobernantes serbios de nuevo a la mesa de ne­gociaciones y quizás, sí ¡quizás!, en estas circuns­tancias ellos se dignarán   litigar en serio. Para algunos políticos balcáni­cos, pegados a las butacas del po­der y que consideran que éste les pertenece por man­dato divino, es más fácil morir que ceder. Y esto no es he­roísmo. Sólo una enfermiza obstinación carente de realismo político, porque la política consiste en negociar y no mo­rir en el intento de resistir irracionalmente. Como en el caso de Bosnia en 1995, donde la razón se impuso (por el momento)  sólo gracias al rigor. Este acontecimiento se puede defi­nir como el triunfo de la diplomacia norteameri­cana sobre la política ex­terior de los EE.UU.…

El actual papel de Rusia en el caso yugoslavo es muy interesante. San Petersburgo, y más tarde Moscú, siempre han tenido sumo interés en Serbia. El dominio de los Balcanes fue  considerado  por los zares y por Stalin como condición previa para llegar, vía Serbia, al Adriático o Bulgaria, a la con­quista del Bósforo y sus estrechos. La hegemonía en esta zona es de gran im­portan­cia estratégica para Moscú porque  permitiría el acceso y el pasaje de la flota rusa al Mediterráneo,  que de otra manera queda, en caso de con­flicto, ence­rrada en el Mar Negro.

Esto explica la sistemática asisten­cia de Rusia a Serbia durante casi dos si­glos. En la actualidad, como en el caso de Bosnia cinco años atrás, Yeltzin hizo algunos actos de enérgico apoyo retórico a Serbia. Así como  están la co­sas hoy, a causa de la total aste­nia de Rusia, masacres rusos en Chechenia en 1995-6 mediante, el asunto no da para más. Moscú dijo que el apoyo a Serbia es incondicional pero se limita­ría al campo hu­manitario… Y ésta es una actitud realista por parte del gobierno ruso. La alter­nativa se­ría utilizar armas nucleares de las que Yeltzin dispone. Pero esto, como todo el mundo sabe, no es rea­lista. ¿Mourir pour Kosovo?

Simultáneamente, el sainetesco diputado de la Duma, Vladimir Wolfowich Yirinovski, (vide ut infra) un hombre de pobre sustancia y la pobre sus­tancia que tiene es mala, anunció que organizaría un con­tingente de “voluntarios” que brindaría “ayuda fraternal” al agredido pueblo ser­bio.

Con relación a Yirinovski es conveniente recurrir a algunos anteceden­tes. Ya en enero de 1994, rela­cionado con el asunto de Bosnia, el par­lamentario ruso declaró que “un ataque a Serbia, sería conside­rado por Moscú como un ata­que a Rusia”. Es ob­vio que Yirinovski cumple un de­terminado papel en la po­lítica rusa, y no precisamente como parlamentario, procla­mando con antela­ción cuáles son los verda­deros intereses rusos en un determinado momento y en un área determi­nada, sin que el gobierno ruso se comprometa oficial y di­plomática­mente. Sea como sea, es evidente que esta vez (como en las dos gue­rras balcánicas, 1912-1913) Rusia, que actualmente de­pende de Alemania y Estados Unidos que actúan como las principales fuer­zas contra Miloshevich, no está en condiciones de jugarse por Serbia.

El conflicto de los Balcanes es sumamente peligroso por el potencial ex­plo­sivo que contiene y, a la larga, no sólo para Europa. Los paupé­rrimos refugia­dos de Kosovo, desvituallados y sin los necesa­rios fa­lansterios, que huyen de­sesperados en gran parte hacia Macedonia, pronto van a alterar, según cálculos probabilitarios, la com­posición ét­nica de este joven y, por ende, vul­nerable país. Antes de la agilización del con­flicto, Macedonia tenía una po­blación en la  cual los musulmanes conforma­ban  aproximadamente el 30% del total. Con las actuales corrientes de refugia­dos este por­centaje fácilmente puede llegar a la cercanía de la mitad de la po­blación. Este hecho causaría inevitables conflictos. Macedonia, un país sin salida al mar, con un  alto por­cen­taje de desempleados (50% de los jóvenes), y en con­diciones precarias sería objeto de apoyo político-militar por parte de Turquía, bajo cuyo do­minio se encontraba hasta el prin­cipio de este siglo, en medida de su progresiva al­banización. La incrementada presencia de Ankara en Macedonia  enseguida provoca­ría la suspicacia de Atenas. Como bien se sabe Grecia y Turquía están en un prolongado conflicto por razones di­versas en el Egeo, Chipre, Tracia oriental y otras causas, y una dis­puta adicio­nal entre los dos países agravaría todavía más la inflamabilidad de la zona.

Muchos me han interrogado sobre la posible solución del conflicto en el sudo­este eu­ropeo. Invariablemente les digo que no hay soluciones previsibles. A lo sumo habrá de vez en cuando tre­guas. Pero los ar­misticios en los Balcanes no resuelven nada. Hay que aprender y acostumbrarse a vi­vir con los conflictos. Habrá muchos más y peores que és­tos en el futuro. El pa­sado no era mejor. Yo, por mi parte, me acuerdo de todo lo que quiero olvidar. Las lecciones de los errores del pasado son tan bien aprendidas que cada vez se repiten con más ido­neidad. A la larga, todo termina en un li­bro de historia.

Los Pirómanos

Haré una afirmación quizás temeraria: el colapso de la Unión Soviética  ha tenido y va a tener sobre el desarrollo de la política mundial me­nos im­pacto que la reunificación ale­mana. Ambos aconteci­mientos estan in­separablemente entrelazados.

El naufragio de los bolcheviques por supuesto era muchísimo mas espec­ta­cu­lar que el magno aconte­cimiento germano. Diría algo más: una vez acep­tada la reunificación alemana, que de hecho dependía sólo de Moscú, pareció como si la Unión Soviética hubiese perdido su razón de ser. Y aquí no se trata de la crono­logía de los hechos, sino de acontecimientos de dimensiones históricas. La URSS ter­minó como Estado, y casi al mismo tiempo, coincidiendo con el desmontaje del Muro de Berlín, las dos Alemanias se reencontraron. Los detalles calendári­cos no alteran la esencia de esta afirmación.

Simultáneamente (repito: aquí no importan las fechas exactas) con el desmem­bra­miento de la URSS y la reunificación de Alemania, comenzó la descomposi­ción de Yugoslavia que sigue hasta nuestros días. La interre­lación causal de es­tos aconteci­mientos europeos, que ocurren en una zona geográfica de re­ducida dimensión, es evidente.

Nos detenemos primero en el tema de la reunificación alemana. Gran Bretaña, por intermedio de la se­ñora Tatcher y Francia, a través de Mitterand, hicieron todo lo diplo­mática y políticamente posible para de­tener la unión de Alemania, su más importante aliado en la OTAN.

Bonn por su parte, vía el Vicecanciller y Ministro de Relaciones Exteriores de la época, Hans-Dietrich Genscher, dio el puntapié inicial para la de­li­cues­cencia de Yugoslavia, reconociendo unilateralmente y sin consultar a los res­tantes miem­bros de la Comunidad Europea y de la OTAN, el pe­dido de recono­cimiento de Croacia y Eslovenia que integraban el Estado Federativo de Yugoslavia. (Una observación periférica hecha de forma somera.)

La historia tiene sus ironías. Así como la Rusia soviética fue desde su inicio una crea­ción del káiser alemán Guillermo II que apoyó logística y pecuniariamente a Lenin y su grupo con el objetivo de de­rro­car, primero al gobierno del zar y des­pués al de Kerensky en 1917, con los cuales es­taba en gue­rra, la URSS en 1989, pasando por una prolongada ago­nía, y después de cortas pero intensas nego­cia­cio­nes   entre el canci­ller alemán Helmut Kohl y el Secretario General del Partido Comunista y Presidente de la Unión Soviética, Gorbachov, terminó con la existencia del imperio bol­chevique.

En el correr de dos años ocurrieron tres magnos eventos:

  1. la Reunificación alemana,
  2. la desintegración de la Unión Soviética,
  3. la descomposición de Yugoslavia.

¿Coincidencia? ¿Aleatoriedad? ¿O encadenamiento causal?  El Estado croata, por su parte, nació   por la voluntad del Führer alemán Hitler en 1941, y duró cuatro años. Fue restaurado por el canciller ale­mán, Kohl en1991.

Cuando comenzó la guerra en Bosnia-Herzegovina y los serbios iniciaron sus fe­cho­rías genocídicas, las Naciones Unidos intervinieron en principio tibia­mente como ob­servadores (primero)  y más tarde como fuerzas de paz en las zonas de combates donde bosnios de extracción musulmana, cro­ata  y serbia, amén de voluntarios de los países islámicos y rusos,  lucha­ban con singular ferocidad.

Ingleses y franceses formaban los principales contingentes de paz que  in­te­gra­ban  las fuerzas de la Organización de las Naciones Unidas en la zona del con­flicto bélico de la antigua Yugoslavia. Durante más de tres años los serbios ejer­cieron la hegemonía mi­litar mediante asesinatos en masa, expulsiones de po­blaciones enteras de su lugar de multicenturial ra­dicación, violaciones de todo orden y otros ho­rrores. La recién nacida Bosnia como Estado y su población, es­taba  a punto de desaparecer.

Londres y Paris en realidad no hicieron nada sustancial para impedir el ímpetu de los serbios de que­darse con la mayor parte del territorio en pugna. La única interpretación que se me ocurre para tan estéril, y aparente­mente inexplicable comporta­miento de ingle­ses y franceses, es que, Londres y París te­mían que el continuo debilitamiento de Serbia y la pér­dida de masa territorial por parte de ésta, facilitaría, a la larga, una inevi­table expansión y fortaleci­miento de la influencia alemana en el su­doeste euro­peo vía Eslovenia, Croacia y Bosnia. Los tres Estados integraban hasta fi­nes de 1918 el Imperio austro-hún­garo, o sea, estaban en la órbita de la cultura ale­mana. Y la experiencia que tu­vieron estos tres países como parte de la Federación yugoslava, en la compara­ción, no fue  de las más felices. En la Segunda Guerra Mundial, Croacia y mu­chos bosnios eran aliados de Berlín, participando con no poca sevicia en las operacio­nes militares an­ti­serbias de la Wehrmacht  alemana en el te­rritorio yu­gos­lavo, dando rienda suelta a su sangriento nacio­nalismo tribal.

La intervención norteamericana en 1995, pudo llevar con no poco es­fuerzo, pero también con deter­mi­nación, a los representantes de las par­tes en pugna a Estados Unidos, y en la base aereomili­tar de Dayton se llegó, en conversaciones bajo el signo de la bilis y no sin presión, a la firma de un armisti­cio  que pocos meses más tarde fue ratificado en París.

Después de este éxito diplomático de los Estados Unidos, Washington tuvo la impre­sión de que Miloshevich, políticamente derrotado y a pesar de todos sus crímenes, podría ser de aquí en adelante un factor de rela­tiva estabilidad y equi­librio en la afiebrada área. En el Departamento de Estado pensa­ban, que una vez reco­nocido su fiasco, los mandarines en Belgrado intentarían  mantenerse en el po­der tra­tando, en aras de su propia sobrevivencia,de no contribuir a compli­car más la situación.

No supieron evaluar con realismo ni la personalidad de Miloshevich ni la malig­nidad de su contorno del cual, en última instancia, él dependía. Ignoraban que no se puede esperar  actitudes de sentido co­mún o de real­politik de parte de su­jetos voluntaristas en su pensamiento e irresponsa­bles en su acción.

Mientras tanto en Kosovo, los albaneses moderados insistían en que se res­ta­bleciera la au­tonomía que Tito les había otorgado en 1974 y que Miloshevich les había quitado arbitrariamente en 1989. Como Serbia no se ave­nía a este re­clamo, los elementos moderados, que hasta entonces eran mayoría, em­pezaban a perder fuerza en Kosovo y los extre­mistas, Albania mediante, se fortalecián, au­mentando y modernizando su arma­men­to. Bajo la incrementada presión de los ultras, la exigencia kosovar ya no era volver a  la au­tonomía sino, a través de los voceros extremistas, se proclamó la inasequible, mo­nocroma y funeraria fór­mula: “independencia o muerte”. La se­gunda parte de esta alternativa, digna del siglo diecinueve  y poco rea­lista, se está cum­pliendo. Lo que los termoce­fálicos extremistas consi­guieron, hasta ahora, es la muerte pero no la in­de­pendencia. Lo que era previsible.

El pobre papel que cumplió la ONU en la primera etapa de esta guerra balcánica fue motivo para pres­cindir de su participación en la segunda. Pero mientras que en el pe­ríodo 1992-95 las fuerzas onusia­nas, lideradas por franceses e ingleses con  modera­ción extrema, en la actual interven­ción de la OTAN ga­los y británi­cos participan hom­bro a hombro, y con igual fervor, con los norteamericanos. ¿A qué se debe el cambio de acti­tud?

Tengo la impresión de que el masivo involucramiento militar de Alemania (unificada) en los aconte­cimientos de los Balcanes inducen a Londres y París, esta vez, a no abste­nerse de intervenir activa­mente contra Serbia. Cualquier abs­tención o tibieza por parte de franceses e ingleses los ex­cluiría eo ipso de una fu­tura participación en la  redistribución de in­fluencias postbélicas en los Balcanes.

El mismo deseo de no estar ausentes en las futuras litispendencias rela­cionadas con el conflicto balcá­nico, declara también Moscú, aún con cierta demora, pero con su tí­pica bravuconada. Mientras que en el prin­cipio de las operaciones en Kosovo el go­bierno moscovita anunció su “apoyo humanitario” a los serbios, úl­timamente el anilo­cuo Yeltzin, con su habitual desmesura retórica, emite ame­nazas de una tercera guerra mundial si los ataques de la OTAN contra Serbia no cesan. Esta postura de inconti­nen­cia verbal que desafía toda racionalidad y sentido común sólo podría tener una explicación desde la óp­tica de la psicología. Pues es obvio que Yeltzin actúa de nuevo bajo presión de los vetero­bolchevi­ques que, como se dijo de los monárquicos después de la Restauración, «Ils n’ont ap­pris ni rien oublié». Las guerras, como opina Pero Grullo, se ha­cen por mar, tie­rra y aire. Además hoy, aún en Rusia, se necesita un razonable consenso de la po­blación para ir a la guerra. Y el pueblo ruso vive actualmente en estado de ca­tástrofe demográfica: por 1000 habitantes hay 9 nacimientos y 16 muer­tos… Además, un go­bierno, que vive su anomia, que es completamente insolvente al grado de no poder abonar los suel­dos a los oficiales de sus infraequipadas Fuerzas Armadas, donde sol­dados nava­les se han muerto por inanición, y donde las deserciones son masi­vas, no está en condiciones de co­menzar ninguna gue­rra. Rusia, un país de 150 millones de habitantes, que tuvo y tiene vitales inte­re­ses en Chechenia, por ejemplo, no era capaz de vencer la resistencia de este pueblo de 2 millones… En Rusia hoy saben que todo cambio es para peor. Y el poder de la indiferencia es enorme… Yeltzin, cuyo mafioti­zado go­bierno es el pa­radigma de incapacidad, corrupción y anemia total, segura­mente tiene otras prioridades que pro­vocar una guerra mundial a causa de una os­cura provincia serbia.

Lo que realmente preocupa a Yeltzin y a sus oposi­tores es la de­saparecida gravi­tación de Rusia en los Balcanes. Esta ca­rencia la puede inten­tar enmendar ne­gociando con Washington y quizás pronto con Berlín, pero no brindando  apoyo decla­mativo a los asesinos en Belgrado matizándo­los con ame­nazas apocalípti­cas contra Occidente.

Y aquí corresponde hacer algunas reflexiones sobre la continuada exis­tencia de la  OTAN.

Una vez desaparecida la URSS y su apa­rato militar, el Pacto de Varsovia, parecía casi obvio que con este acontecimiento, la OTAN había perdido su raison d’être. La Organización fue creada en 1949, como todo el mundo sabe, con la partici­pación de la mayoría de los países de Europa del Oeste, Canadá y Estados Unidos  con el propó­sito de erigir una valla mili­tar contra el incesante avance de la Unión Soviética. Un pacto militar desde Vancouver hasta Vladivostok. Gracias a la OTAN y a su su­perior ma­quinaria bélica Moscú jamás se atrevió a seguir avanzando en Europa.

Una vez terminada la llamada Guerra Fría como directo resultado de la reunifi­cación germana, el te­mor de Gran Bretaña y Francia, como se mencionó al principio, se tras­ladó hacia Bonn-Berlín. En Londres y París se sigue temiendo que la reunificada Alemania, condicionada por su pro­pia e incre­mentada di­ná­mica, inevitablemente ex­pandirá su influencia económica, política y cultural hacia el Este europeo, li­berado de la opre­són de la Unión Soviética. La única manera de controlar y  de algún  modo de influir sobre este temido desarrollo, creen los ingleses y france­ses, consiste en mantener a Alemania encorse­tada en una organización hacía la cual, en su momento, Bonn se ha­bía comprome­tido sin ambages de  actuar al unísono y en consenso.

La activa participación de Alemania en la  actual guerra de los Balcanes se debe también, en mi opi­nión, al hecho de que la actual capa gobernante en Bonn-Berlín proviene de la  iz­quierda naciona­lista. A su vez, el involucramiento de los alemanes obedece a un fenómeno generacional.

La izquierda nacionalista alemana, actualmente en el poder, se siente libre de la mácula que respondía al clásico nacionalismo germano, ávido de conquistas territoriales. Por el otro lado, la actual genera­ción no sufre  el complejo de culpabilidad y el resul­tante trauma que le fue inculcado en las dos gene­raciones anteriores, inmediatamente des­pués de la Segunda Guerra Mundial, según el cual la “culpa colectiva”, a raíz de la guerra y el holocausto, afectaría, a modo de maldición bíblica, a todo el pueblo y las generaciones ve­nideras.

Simultáneamente se está observando un sobreenfatizado interés de Alemania de involucrar a Rusia en la búsqueda de soluciones en los Balcanes. La fundamenta­ción de tal proceder es el argumento de que Rusia siempre ha tenido genuino interés en la zona y es al  único interlocutor que los serbios aceptan.

Mi impresión es que los alemanes en este momento, a causa de la descomposición de Rusia y su completa dependencia económica y tecnológicamente de Bonn (y Washington), no temen a los rusos  más y no los consideran como rivales en esta región soliviantada. Esto significaría que una vez neu­tra­lizado el conflicto, Alemania queda­ría como única potencia aceptada por la mayoría de los países de la región. Rusia, por su parte, serviría a Alemania como intermediario frente a cual­quier gobierno serbio, hostil  por tradición histórica, a Alemania.

Los Estados Unidos, por su parte, que no tienen intereses vitales en los Balcanes, se retirarían y dejarían la preponderancia en la región a aquellos socios en la OTAN que estarán en condi­ciones  de asegurar la no violación de los armisticios.  Esto significaría que Inglaterra y Francia, preocupadas por la pérdida de su influencia en los Balcanes, probablemente intentarán fortalecer todos los elementos anti-germanos en Serbia, en su be­ne­ficio. A su vez, esto crearía tensiones entre Francia e Inglaterra por un lado y Alemania, por el otro,  que  se irradiarían hacía el centro de Europa y esto podría ser el principio del fin de la OTAN con to­das las consecuencias a nivel global. En tal caso, los Balcanes jugarían, nuevamente el papel protagónico en el escenario mundial, sin proponérselo.

La eventual descomposición de la OTAN no puede estar fuera de los cálculos de Londres, lo que ex­plicaría la intensificaciónde la retórica británica contra Serbia que se registra desde mayo de 1999.

Francia, entretanto, ha mantenido un nivel de sólo moderada hostilidad.La OTAN, una vez desapare­cida la URSS, tuvo que reformular su nueva misión. La en­contró en la de­fensa de la universalidad de los Derechos Humanos de cual­quier pueblo o etnia  y en la preserva­ción de la paz en Europa.

La política de consecuente y sangriento chauvinismo y ex­pan­sionismo por parte de Serbia, dirigida por un gobierno violatorio, agresivo, into­lerante y de bien marcado perfil estalinista, ofre­ció una clara legitimidad y la mejor justificación para la continuada existencia de la OTAN. Los comunistas yugoslavos resisten, como vemos, con mucho más deci­sión la desaparición de su Estado, que sus camaradas en la finada Unión Soviética. El estado bolchevique se eva­poró casi por vía de un trámite bu­rocrático. Gorbachov, después de sus conver­saciones con Kohl y Genscher, de­cretó la disolu­ción del partido comunista y el cese de la URSS… y listo. Yeltsin hizo lo suyo…  La Unión Soviética sucumbió con tanta rapidez porque siendo un país inflexible y rídido, un sólo hom­bre, Gorbachov, Secretario Genreal del Partido gobernante y Presidente de la URSS, pudo liquidarlo. Si la Rusia soviética hubiera sido un Estado más normal, se hubieran encontrados fuerzas suficientes para evitar su propio colapso.

Por supuesto, este  fenómeno histórico no es tan simple y merece un pre­ciso discernimiento de los pro­tagonistas y los factores involucrados, y una considera­ción y aná­lisis mucho más elaborados. Pero no es este el lugar para hacerlo.

Serbios y rusos tienen historia y características muy distintas. La larga perma­nencia del régimen stali­nista de 30 años de duración, ha atrofiado los reflejos del pueblo ruso que en realidad nunca fueron muy agudos, y lo ha hecho reacio a sacrificarse en la bús­queda de la libertad nacional o individual, y ahora aún menos a la preservación de la dimensión imperial de su país. Con todo, prescin­dir de ser imperio no es fácil para aquel país donde este tipo de estadidad llevó siglos en establecerse.

¿Qué consecuencias podrían tener los actuales acontecimientos en la Yugoslavia re­sidual en el futuro? Me imagino que la actual Yugoslavia, una vez separada Kosovo y even­tualmente Montenegro, retro­ce­derá a su estado natural: será Serbia y punto. Este posible desa­rro­llo podría tener dos consecuen­cias, por el momento obviamente,  hipoté­ticas:

  •  Belgrado se transformaría en el estercolero de los desechos y sobras del co­munismo internacional dise­minados en el mundo, apestando la  eco­logía polí­tica de los pue­blos. Para un comunista que to­davía no se refac­cionó y llega a emerger desde la profundi­dad del basural histórico, sería natural in­ten­tar  en­contrar  su nuevo lugar de recolo­cación política en Belgrado, y por cierto no en Moscú. A no enga­ñar­nos: Miloshevich tiene un perfil stalinista muchísimo  más nítido y atractivo que cualquier su­jeto mos­covita sobreviviente surgido desde la papírocracia y la nomencla­tura bol­chevique;  y
  • los eurófobos chauvinistas serbios viviendo en la indigencia de la espe­ranza, terro­ristas por tradi­ción y vocación, mascando el polvo de la de­rrota, posible­mente harán una alianza con los fundamen­talistas de cual­quier tipo bajo el signo de la venganza  (excluyendo quizás los islámi­cos) para lanzar una acción masiva de terrorismo a nivel glo­bal. La última fase del comunismo es el chauvi­nismo. Continuarán la guerra contra Estados Unidos y Europa desde el terreno  serbio y con menos riesgo apa­rente.

El conflicto en los Balcanes no tendrá una solución ni pronta ni fácil. Desde siempre tuve la impre­sión de que lo que ocurre en el sudoeste europeo hoy fue de alguna manera o el resultado de una estu­pidez inconmen­surable o preprogra­mado en Versalles en 1919. Países como Gran Bretaña y Francia que tie­nen un pa­sado que nin­guna otra nación ha tenido, no pueden haber sido gobernados por seres tan equivo­cados, in­capaces de asegurar la paz para sus pueblos por lo menos du­rante 50 años. Cómo era posible que en Versalles no se elaborase un con­cepto sanitario y profiláctico con relación a la peren­nemente conta­giosa conflictividad de Europa oriental, cuando ya en la década de los setenta del siglo pasado, Bismarck diagnosticó y advirtió que «de los Balcanes saldrá la chispa que volará el polvorín eu­ro­peo»  Efectivamente, en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial a raíz de Bosnia. En Versalles fue recreada Polonia. En Polonia comenzó la Segunda Guerra Mundial 20 años después de su renaci­miento. En 1991 se inició la guerra inter-balcánica en Yugoslavia. ¿Cuántas veces más en la historia se  repetirá la ignición mien­tras que el comando multinacional de bomberos vendrá  y mi­rará  hacia el otro lado hasta que finalmente  las llamas  hayan hecho lo suyo?

Después del bombardeo

¿Fin de la belifgerancia belgradense?

La destrucción de gran parte de la infraestructura civil, industrial y militar de Serbia como resultado de los prolongados bombardeos de la OTAN, ha tenido diferente interpretaciones. No las vamos a enumerar. En todo caso, mi impresión es que muchos de los observadores y comentaristas, carentes de perspectivismo, parten de premisas moralizantes y plañideras resultantes del impacto que transmite la inmediatez televisada de los acontecimientos mismos.

La decisión de una acción de las dimensiones del bombardeo que se produjo contra la totalidad del territorio de Serbia por parte de la OTAN, fue tomada después de meses de negociaciones estériles con Miloshevich. Se le ofrecieron múltiples opciones, diversas alternativas, y sus interlocutores, primero onusianos y después otanescos, no escamotearon en la descripción de detalles las consecuencias en caso que el belgradense no se aveniera a los reclamos occidentales de prescindir de su intención de homogeneizar su base demográfica y modificar su holocáustico proceder en la provincia de Kosovo. Endurecido cada vez más a causa de su radicalizado entorno, tanto político como familiar, Miloshevich demostró una obstinación transracional en la comprensión y falta de flexibilidad en la reacción frente a un peligro real, tangible, inminente e inevitable. Incapaz de negociar efectivamente, y hacer compromisos donde las opciones se tornan sumamente escasas, Miloshevich cada día se metía más y más en un callejón son salida.

Es evidente que él y su gente especulaban, en base a las prolongadas negociaciones, fruto de la Palencia occidental, que la OTAN «bluffiaba», que sus integrantes estaban divididos entre sí, que faltaba la voluntad colectiva  de actuar en contra de Serbia, que Rusia y China en último momento intervendrían a favor de los serbios, y otras reflexiones desiderativas. La cúpula en Belgrado no estaba en condiciones para enfrentar las evidencias. Molishevich y su gente no entendían que las larguísimas y repetidas plásticas diplomáticas que los occidentales mantenían con él, les servirían a la postre a sus interlocutores occidentales como coartada ante sus opiniones públicas, en el sentido de que se había hecho todo lo posible para evitar la aplicación de medidas drásticas contra Serbia. Los serbios, con su planteo dilemático absolutista de «o…o», simplemente salieron del cuadro de la historia contemporánea, no captando que las llamadas «opciones de tiempo», o sea, la capacidad de determinar el momento de la acción, estaban en Occidente. Enfrentados al dilema de negociar o guerrear, y sin miedo a las consecuencias sabidas de antemano, los líderes serbios invariablemente optan por la guerra, e invariablemente la pierden.

Es evidente también que en Belgrado persiste un atraso mental político y un optimismo parroquial que no permite al gobierno captar el diferente significado de los hechos mundiales producidos en los últimos años y que la importancia que la exYugoslavia hay tenido durante la llamada Guerra Fría hoy ha variado cualitativamente. Este cambio de enfoque explica la distinta reacción occidental, y aún de Rusia, hacia los recientes acontecimientos en la península balcánica.

Creo que la inusual, prolongada y despiadada acción colectiva de la OTAN contra Serbia ha tenido otros motivos, además de castigar al gobierno de Belgrado por su genocídico proceder contra la minoría albanesa en Kosovo.

Es importante saber que Serbia es uno de los pueblos más belicosos, por lo menos, en Europa. El chauvinismo de los serbios ha sido la causa de muchas tragedias y guerras regionales e internacionales, y parece, si nos atenemos a los hechos producidos, inextirpable. No quiero aburrir al lector con docenas de ejemplos que sustentan la afirmación anterior, que abarcan dos siglos y quizás tienen a veces su explicación histórica, pero que en ningún caso justifican la desproporcionada reacción de los serbios cuando creen que son amenazados o cuando ejecutan gozosamente su vendetta.

Esta congénita, y por ende aparentemente incorregible, violencia del pueblo serbio (que se me perdone la generalización) debe haber sido objeto de estudio y análisis previos a la decisión final de bombardear el territorio de la restante Yugoslavia. Los psicólogos militares deben haber llegado a la conclusión de que la fragmentación de la Gran Serbia (que había adoptado la denominación «Yugoslavia») en varios estados nuevos (Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia) inevitablemente tendría un impacto traumático sobre los serbios y como consecuencia de esto, mantendría en el futuro a los Balcanes en un estado de intermitencia bélica con intercambiables participantes.

Sabiendo que los serbios son malos perdedores y no aceptan la derrota militar como una de las posibilidades dela guerra, es fácil prever que Serbia, en su afán de recuperar posiciones perdidas y en su natural vengatividad, intentaría organizar por distintos medios y según las posibilidades y condiciones del momento, guerras abiertas, subversión, guerrilla, terrorismo, sabotajes, etc… manteniendo de esta manera una constante conflictividad en el sudoeste europeo. Este estado de guerras regionales permanentes en la península balcánica conlleva el natural peligro de irradiarse e involucrar a otras naciones del área como Bulgaria, Grecia, Albania, Hungría, Rumania y Turquía, además de los nuevos Estados que anteriormente pertenecían a la finada Yugoslavia, y que de una forma u otra forma colaboraron con la OTAN contra Serbia. Lo que Occidente desea es precisamente evitar una catástrofe de incalculables consecuencias.

No descarto que los analistas y estrategas de Occidente podrían haber llegado a la conclusión de que el único medio que cambiaría la innata belicosidad de gran parte del pueblo serbio sería destruir la infraestructura de su Estado y después reconstruirla.

No faltan elementos empíricos que avalan tal hipótesis. Alemania y Japón eran dos pueblos sumamente agresivos. Una vez destruidos sus Estados, 55 años atrás, pasaron aproximadamente dos lustros para registrar los primeros síntomas positivos tanto en lo económico como en lo anímico de estos dos pueblos que hoy pertenecen por derecho propio al campo occidental.

Estoy consciente de que lo anterior es una hipótesis temeraria. Pero he llegado a ésta, una vez examinadas las experiencias de nuestro siglo, y concluí que si alemanes y japoneses fueron capaces de adquirir e identificarse con valores civilizados de comportamiento internacional, no hay motivo para pensar que los serbios, mutatis mutandis, no estarán en condiciones de pasar por similar mutación psicológica.

La restauración del Estado serbio que insumirá enormes fondos que serán aportados, en aras de la paz europea (y mundial), tanto por los Estados Unidos como por los restantes países integrantes de la OTAN, tonificaría también la economía de estos países involucrados en la reconstrucción de Serbia.

Siempre hay que establecer una relación entre los objetivos y los medios para alcanzarlos. Y no hay que ignorar que una Serbia dramáticamente periclitada, abandonada a su miseria actual, es una bomba de tiempo cuya explosión estallaría a corto plazo y cuya onda expansiva haría estragos a larga distancia.

Dr. Alphonse E. Max: Doctor en Ciencias Políticas, Escritor (20 obras publicadas), Periodista y conferencista internacional.


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