Alphonse E. -Max
Mientras que la conflictividad irresuelta en el Medio Oriente es ya una constante que se prolonga por más de medio siglo, las guerras de los Balcanes duran ya casi diez años. Tampoco allá se vislumbra una solución.
El colapso de la Unión Soviética tuvo como natural corolario la sangrienta fragmentación de Yugoslavia. Los dos conglomerados territoriales eran tan artificiales como inviables. Sólo las particularidades étnicas de los pueblos subyugados por los rusos facilitaron la precaria cohesión del país bajo la dominación sampeterburguense y moscovita, que en algunos casos duró siglos. Además, los rusos, incapaces de desarrollar una flota a semejanza de los ingleses y posteriormente de los alemanes, se expandían sólo por tierra. Y mientras Occidente prescindió de sus colonias en ultramar, una vez entendidas las tendencias de la realidad internacional, los rusos no mostraron ningún instinto de auto preservación relacionado con su extendida y por esto mismo ya insostenible estatidad. Los mojones en el camino de la Unión Soviética, después de la Segunda Guerra Mundial, se sintetizan muy brevemente:
- expansión autodestructiva;
- fracaso en el deseo de superar las peores características del totalitarismo; degeneración y colapso.
- Sin aviso previo, la URSS dejó de existir en 1991.
Yugoslavia, o lo que queda de ella, era un engendro todavía más artificial. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial con la derrota de la Alemania del káiser y la desaparición del Imperio Austro-húngaro, Francia e Inglaterra, en su pavor frente a un eventual renacimiento alemán, decidieron la creación de un Estado de los Eslavos del Sur (Yugoslavia) que llenase el vacío geopolítico dejado por los desaparecidos austriacos. ¡Este Estado fue creado en el correr de 19 días! Los serbios fueron encargados de gobernar este variopinto invento. Sus integrantes eran croatas, bosnios y eslovenos, hasta este momento súbditos austriacos recién salidos de las trincheras donde su enemigo eran los serbios. Los serbios, por su parte, fueron derrotados en distintas instancias durante la guerra por austriacos, alemanes y búlgaros.
No voy a seguir aquí con la narración histórica. Sólo quiero subrayar la patética inviabilidad de un Estado salido de la retorta política posbélica, como si estuviera preprogramado intencionalmente para el caos venidero. Y así fue. Y así sigue siendo. En la actualidad con mucha más sangre y con una potencialidad explosiva muchísimo mayor. Pero no con menos intrigas. Veamos.
La mitogénica región de Kosovo siempre perteneció a Serbia aún en la época del yugo otomano, y los vínculos históricos se mantienen y se veneran. Pero su población en la actualidad es 90% albanesa y fuertemente hostil a Serbia a causa del terror total que Belgrado ejerce sobre la región, especialmente vigorizado después de 1989. Durante el largo reinado de Tito, el dictador supo llevar un equilibrio interno, en primer lugar, porque él mismo no era serbio sino croata-esloveno. Los serbios tuvieron que aguantarlo intuyendo que su desaparición hubiera seducido a los soviéticos a intervenir en Yugoslavia para “preservar y mantener la paz en los Balcanes” y contra los “imperialistas occidentales”. En Belgrado sabían muy bien que los soviéticos lo hicieron con mucho entusiasmo y con similares pretextos, en Alemania Oriental, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Afganistán. Y no fue precisamente Stalin quien provocó estas guerras inter-comunistas sino sus herederos, cuyos reflejos imperiales se mantenían intactos… Tito creó, además de las ya existentes repúblicas federativas, Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia y Montenegro y en aras del balance de poder en Yugoslavia, otro Estado federativo, Bosnia-Herzegovina y dos territorios autónomos, Voivodina con una fuerte minoría húngara y Kosovo con un fuertísima mayoría albanesa.
La torpe política de Belgrado de tiranizar, en muchos casos gratuitamente, a la población local de Kosovo, después de la muerte de Tito, llevó a esta región a su actual estado de insubordinación y violenta rebeldía. Los serbios, imitando a sus maestros estalinistas, creían que con matar gente en masa solucionaban la crisis. (Stalin decía paremiológicamente: “Vive el hombre, trae problema. Muerto el hombre, no hay más problema”).
Para los serbios las perspectivas en Kosovo son sombrías. La incrementada tendencia procreativa de los kosovares, islámicos por religión, ha determinado la matanza en masa de bebés y mujeres en la edad reproductiva. El antimahometanismo eliminista o, mejor dicho, el etnicidio no es sólo cuestión de protervia individual sino responde a una política de Estado, “racionalmente” elaborada por parte de los “ideólogos” nacionalistas serbios. Serbia, abortos despenalizados mediante, se transformará en pocos años en una senescente sociedad nuliparesca. Calculan que en treinta años los musulmanes en la remanente Yugoslavia serán mayoría. Pues la consigna preventiva del día es liquidar hombres y púberes capaces de llevar armas, y previendo el futuro, matar también mujeres jóvenes, potencialmente multíparas, y su cría. Esta grotesca “política demográfica” de Belgrado obviamente está condenada al fracaso. Parece que los serbios no aprendieron nada de nadie. No conocen la elementarísima verdad de que el hombre no es calculable y planificable, porque es básicamente un ser que se maneja por emociones, instintos y no por categorías racionales.
¿Y Occidente? Tanto Estados Unidos como Europa Occidental no están en favor de la independencia de Kosovo y su separación territorial de Serbia. Saben que Kosovo como República independiente no tiene posibilidades de sobrevivir como Estado. Lo más probable es que sería absorbido por la “madre patria”, Albania. En Tirana ya están soñando en su desiderativismo imparable con la “Gran Albania”. Esto no significaría otra cosa que guerras interminables en los Balcanes, encadenadas una con otra. En los Balcanes raras veces se terminan la guerras con los mismos aliados con los cuales se la había comenzado. En el caso hipotético de que Kosovo consiguiera su independencia, su subsistencia continua sólo será posible con el apoyo de los países islámicos. En Bosnia, por ejemplo, que corre el serio peligro de transformarse de un Estado mahometano en islámico, ya actúan fuertes contingentes de iraníes, palestinos, libios y otra caterva de desesperados desempleados provenientes de los países árabes. Con una Kosovo islámica, así como con las fuertes minorías musulmanas en Macedonia y Bulgaria, las guerras balcánicas están aseguradas para mucho tiempo. En estas circunstancias, menos segura aparece la paz en el resto de Europa. Y no hablemos del Medio Oriente y el sur del Cáucaso.
En Occidente saben todo esto y mucho más. Saben, pero no piensan. Por eso, un hombre de lóbrega reputación como Slobodan Miloshevich parecía durante varios años como la mejor entre las peores opciones. Por el solo hecho de que Occidente lo soportaba, él, tímido con relación a sus propias responsabilidades, se consideraba indispensable. Pero él es consciente del terreno de arenas movedizas sobre el cual se mueve, y cualquier concesión que haga, amenaza su existencia, y no sólo política… Su entorno en Belgrado es tan fundamentalista-nacionalista como él mismo y no se le puede acusar de ser excesivo en la racionalidad. Más bien es fuerte en su obstinación y débil en el juicio. La cúpula gobernante en Belgrado cree que necesita la destrucción de Kosovo para poder dominar lo destruido, y así llegar al poder normativo de lo factual. Con todo, los extremistas albaneses tampoco parecen mejores. Los guerrilleros kosovares, con la paralizante miopía de dilemas absolutos como «independencia o muerte», no van a ir muy lejos.
La Muerte como Opción
Los detalles de los actuales acontecimientos balcánicos son conocidos por todos los que tienen interés en el tema. No los recapitularé. Intentaré explicar algunas de las causas menos visibles del conflicto.
El fondo de lo que está ocurriendo en la península balcánica en este momento es multicausal y sumamente intrincado. Sus raíces están tanto en la historia lejana como en la contemporánea; en los intereses de los grandes países europeos que tratan de desviar y demorar sus potenciales conflictos hacia zonas periféricas y a través de interpósitas fuerzas; en las particularidades características de la población y, finalmente, en el antihistoricismo de algunos líderes de que es causa de la profunda incomprensión de las condiciones en la actual política internacional por parte de la camorra de Belgrado.
Quinientos años de dominación islámica en el sudoeste europeo, y la falta de europeidad, han dejado su indeleble impronta en el carácter de sus habitantes y profundos resentimientos no resueltos e intencionalmente cultivados y guardados en la memoria colectiva de los pueblos. La historia sigue más presente de lo que algunos suponen o quisieran suponer. Jamás entendieron que la memoria importa, pero el olvido también.
Los elementos que conspiran contra la convivencia en los Balcanes son: la total intolerancia hacia todo y todos, la obsesión por la venganza como elemento de justicia personal y tribal, la incapacidad de hacer concesiones, el reconocimiento y sumisión sólo frente a la superior fuerza del enemigo, la obstinación de no intentar entender las razones de la otra parte en pugna, la absoluta carencia de elementos racionales para analizar personas y situaciones con pragmática objetividad y un sinfín de primitivismos comportamentales.
La venganza es quizás la institución más típica y constante en la conducción de la política y en las guerras interbalcánicas. El miedo y el pavor a causa de la iniquidad total por parte de víctimas y victimarios por igual, contribuyen considerablemente a la estabilización de los regímenes en pugna. Siendo el elemento étnico el único punto referencial en las hostilidades (aún tomado como pretexto en muchos casos), las traiciones o deserciones entre los antagonistas, son raros y atípicas.
Es grotesco sólo pensar que con pueblos enemigos entre sí y con estas peculiaridades de características comunes se puede crear un Estado tan enparchetado e integrarlos par force dentro de fronteras artificiales, como el caso de la finada Yugoslavia cuando fue parida de hecho en 1918, llenando en gran parte el vacío geopolítico creado por el derrumbe de la monarquía bicéfala de los Habsburgos.
Pero los vencedores europeos de la Primera Guerra Mundial estaban tan embriagados con la victoria sobre la Alemania guillermina (de paso sea dicho, sólo fue posible gracias a la intervención norteamericana) y tan asustados de un posible nuevo renacimiento germano que estaban propensos a cometer cualquier memez. Y la cometieron, no más. La inteligencia consiste en prever las necedades para evitarlas. Versalles se transformó en la gran partera del totalitarismo moderno.
Uno siempre tiene dudas de sus propias conclusiones. Quizás la creación de Yugoslavia en el correr de dos semanas y media (entre el 11 de noviembre y el 1º de diciembre de 1918), después de todo, no fue sólo una memada de alto nivel, sino además, un acto motivado por razones estratégicas cuya intención era el desplazamiento de futuros teatros de guerras continentales hacía la Europa danubiana y oriental. No lo podemos saber. Pero me quedo con Anatole France que decía en algún lado: “Sólo la estupidez humana puede aproximadamente sugerirnos la esencia del concepto del infinito…” (Cito de memoria.)
Lo cierto es que, Yugoslavia desde el día de su nacimiento fue un Estado sumamente problemático. El conflicto entre croatas y serbios era permanente, asesinatos y magnicidio mediante. El principio de la Segunda Guerra Mundial ofreció la oportunidad para que una parte de los croatas diera rienda suelta a sus sentimientos ultra-nacionalistas, asesinando a casi un millón de yugoslavos pertenecientes a las otras etnias. Al final de la misma guerra los serbios, gracias a la victoria aliada, a su vez, tuvieron su gran chance de vengarse: mataron a casi 800.000 croatas, además de miles de montenegrinos, macedonios, bosnios, albaneses y…serbios, con los cuales no coincidían (los monárquicos).
Lo que los gobernantes serbios parece que no entienden, y quizás los croatas tampoco, es que, en la política internacional contemporánea que apunta a la paz, para que ésta sea exitosa en las regiones conflictivas, los reclamos históricos de territorialidad deben ser reconciliados con el derecho demográfico de la población mayoritaria de estas regiones. Y desde la óptica de la geopolítica ninguna nación puede ser “culpable” de nada. Pero en los Balcanes ningún pueblo puede salvarse ni de su geografía ni de su historia.
No era difícil prever que un estado yugoslavo, artificial por definición, nunca pudo haber sido viable. Tito mantuvo un precario balance, la Pax Titensis durante más de treinta años, primero, porque era sabido por todos que cualquier desequilibrio en el área hubiera dado motivo a Moscú para intervenir con su tropas euro-asiáticas (para todos los involucrados Tito era preferible a Stalin); segundo, porque Tito, no siendo serbio el mismo, era más potable para el resto de la población yugoslava; y tercero, porque Tito, en aras de mantener el ultrasensible equilibrio étnico, robustecía a las principales minorías ofreciéndoles mayor autonomía.
Por su parte, Occidente apoyaba a Belgrado en aquella época como contrapeso a Moscú, consciente del hecho de que los soviéticos buscaban aumentar su hegemonía también en esta zona balcánica (en Bulgaria ya estaban sólidamente instalados) para tener acceso al Adriático y al Mediterráneo. A principio de la década de los años 50, Tito llegó a participar indirectamente en la OTAN vía el “Pacto Balcánico”, de 20 años de duración, formado por Grecia, Turquía y Yugoslavia, que en 1953, cuando se firmó, fue definido como “amistoso” para transformarse dicho tratado, un año más tarde, en netamente militar.
Volviendo a la actualidad. El retrocomunista Miloshevich es hoy por hoy el villano universal. Y con razón. Pero, a diferencia de las comunes usanzas balcánicas, trataremos de definir a los protagonistas y no sólo vilipendiarlos. Miloshevich se cree incomprendido por el mundo exterior. Es un modo más de soberbia. Es la arrogancia de la convicción que considera sólo la justicia de sus propios argumentos. Pero lo más significativo de su personalidad es el hecho de que Slobodan Miloshevich es un sujeto enfermo. Esto no es una categorización polémica o agresiva. Es un diagnóstico, aun hecho por un lego. Aparte de saberse que Miloshevich es un crónico y agudo diabético insulinodependiente, es de público conocimiento que el hombre fuerte de lo que resta de Yugoslavia, es sobrino e hijo de dos padres suicidas. (Vide ut infra) Cargado con esta hipoteca genética, la muerte como tal, la propia y la de los demás, no es la ultima ratio sino uno de los elementos preferidos, frecuentemente aplicado, que integra su escala opcional. Para Miloshevich, hereditariamente privado del instinto de autopreservación, es más natural elegir la muerte como “solución” a una situación no resuelta que el esfuerzo político y diplomático de evitarla, o la búsqueda de alternativas. Tan simple como eso. Este fenómeno es conocido en la literatura especializada como “tanatomanía”o “tanatofilia”.
Hecha la afirmación psicologizante anterior, hay que agregar una consideración de orden político. El ultranacionalismo reduce por completo el margen de maniobra de los políticos frente a una crisis internacional. El entorno de Miloshevich en su madriguera belgradense, y aún sus numerosos opositores internos, son no menos extremistas y radicales que él. La oposición serbomarxista es peor aún que Miloshevich a quien se oponen. Necios, sí, pero iluminados también. Me temo que en su paroxismo chauvinista, protegido por un impenetrable blindaje mental, Miloshevich está acompañado por la mayoría del pueblo serbio. Los regímenes totalitarios prolongados son impensables sin la activa o pasiva participación de un alto o decisivo porcentaje de la población.
En Serbia hoy la realidad supera la imaginación. Y es precisamente esto lo que asusta. Piensan con el deseo y sueñan todavía con la “Gran Serbia”, un metaprincipio inviable y absurdo, y han tomado esos sueños por realidad. Este sueño serbio se ha transformado, hace ya mucho tiempo, en pesadilla para el resto de los habitantes de Yugoslavia y ha contribuido a su disolución. Lo que quedó de este país, multiétnico y artificial desde su inicio, hoy en día son sólo Serbia y Montenegro. La inusual violencia contra Kosovo tiene la intención de transmitir también a los montenegrinos qué es lo que les espera si deciden separarse de Serbia y abandonar la ficción yugoslava. En el territorio de Montenegro se encuentra el último puerto adriático del que Serbia todavía dispone, y fuertes tendencias centrifugales dominan el pequeño país enquistado en las montañas. El gran guiñol continuará en la península. Bosnia, en comparación, quizás sólo era un ensayo en la clásica tragedia balcánica. Hay que saberlo: la crueldad aplicada en las guerras interbalcánicas no se disimula. Todo lo contrario. Es demostración de una manera determinada de actuar cuya intencionalidad consiste en desmoralizar al enemigo y así desestabilizar su resistencia.
Una observación al margen. Nosotros estamos, en la presente contingencia balcánica, al lado del más débil, los albaneses, cuyos más elementales derechos humanos, los de la vida, son perversamente violados. No por esto descartamos del todo que, si las condiciones hubieran sido diferentes, los fundamentalistas albaneses actuarían de muy similar manera a como actualmente lo hacen los chauvinistas serbios. En los Balcanes, en general, la violencia, o se sufre, o se la ejerce. Pero, sea como sea, son siempre las víctimas las que merecen nuestra compasión.
Los ataques occidentales contra la remanente integridad territorial de Serbia, algo perfectamente previsible por las repetidas advertencias de los voceros de la OTAN que poseen de hecho obvias facultades sancionatorias, no pueden sorprender a nadie, y menos a los serbios. [Y aquí cabe una observación parentética y de orden general. La continua y justa lucha contra el nacional-socialismo de Hitler, pierde poder de convicción sí no se dedica similar esfuerzo en condenar a los genocidas de la calaña de Stalin, Mao y Miloshevich].
Ningún gobernante belgradense que intente preservar su posición de poder, puede considerar la invitación de hacer la menor concesión en aras de una solución del conflicto kosovar que se está metastasiando. Sólo la generalizada aceptación de una derrota total e irreversible llevará a los gobernantes serbios de nuevo a la mesa de negociaciones y quizás, sí ¡quizás!, en estas circunstancias ellos se dignarán litigar en serio. Para algunos políticos balcánicos, pegados a las butacas del poder y que consideran que éste les pertenece por mandato divino, es más fácil morir que ceder. Y esto no es heroísmo. Sólo una enfermiza obstinación carente de realismo político, porque la política consiste en negociar y no morir en el intento de resistir irracionalmente. Como en el caso de Bosnia en 1995, donde la razón se impuso (por el momento) sólo gracias al rigor. Este acontecimiento se puede definir como el triunfo de la diplomacia norteamericana sobre la política exterior de los EE.UU.…
El actual papel de Rusia en el caso yugoslavo es muy interesante. San Petersburgo, y más tarde Moscú, siempre han tenido sumo interés en Serbia. El dominio de los Balcanes fue considerado por los zares y por Stalin como condición previa para llegar, vía Serbia, al Adriático o Bulgaria, a la conquista del Bósforo y sus estrechos. La hegemonía en esta zona es de gran importancia estratégica para Moscú porque permitiría el acceso y el pasaje de la flota rusa al Mediterráneo, que de otra manera queda, en caso de conflicto, encerrada en el Mar Negro.
Esto explica la sistemática asistencia de Rusia a Serbia durante casi dos siglos. En la actualidad, como en el caso de Bosnia cinco años atrás, Yeltzin hizo algunos actos de enérgico apoyo retórico a Serbia. Así como están la cosas hoy, a causa de la total astenia de Rusia, masacres rusos en Chechenia en 1995-6 mediante, el asunto no da para más. Moscú dijo que el apoyo a Serbia es incondicional pero se limitaría al campo humanitario… Y ésta es una actitud realista por parte del gobierno ruso. La alternativa sería utilizar armas nucleares de las que Yeltzin dispone. Pero esto, como todo el mundo sabe, no es realista. ¿Mourir pour Kosovo?…
Simultáneamente, el sainetesco diputado de la Duma, Vladimir Wolfowich Yirinovski, (vide ut infra) un hombre de pobre sustancia y la pobre sustancia que tiene es mala, anunció que organizaría un contingente de “voluntarios” que brindaría “ayuda fraternal” al agredido pueblo serbio.
Con relación a Yirinovski es conveniente recurrir a algunos antecedentes. Ya en enero de 1994, relacionado con el asunto de Bosnia, el parlamentario ruso declaró que “un ataque a Serbia, sería considerado por Moscú como un ataque a Rusia”. Es obvio que Yirinovski cumple un determinado papel en la política rusa, y no precisamente como parlamentario, proclamando con antelación cuáles son los verdaderos intereses rusos en un determinado momento y en un área determinada, sin que el gobierno ruso se comprometa oficial y diplomáticamente. Sea como sea, es evidente que esta vez (como en las dos guerras balcánicas, 1912-1913) Rusia, que actualmente depende de Alemania y Estados Unidos que actúan como las principales fuerzas contra Miloshevich, no está en condiciones de jugarse por Serbia.
El conflicto de los Balcanes es sumamente peligroso por el potencial explosivo que contiene y, a la larga, no sólo para Europa. Los paupérrimos refugiados de Kosovo, desvituallados y sin los necesarios falansterios, que huyen desesperados en gran parte hacia Macedonia, pronto van a alterar, según cálculos probabilitarios, la composición étnica de este joven y, por ende, vulnerable país. Antes de la agilización del conflicto, Macedonia tenía una población en la cual los musulmanes conformaban aproximadamente el 30% del total. Con las actuales corrientes de refugiados este porcentaje fácilmente puede llegar a la cercanía de la mitad de la población. Este hecho causaría inevitables conflictos. Macedonia, un país sin salida al mar, con un alto porcentaje de desempleados (50% de los jóvenes), y en condiciones precarias sería objeto de apoyo político-militar por parte de Turquía, bajo cuyo dominio se encontraba hasta el principio de este siglo, en medida de su progresiva albanización. La incrementada presencia de Ankara en Macedonia enseguida provocaría la suspicacia de Atenas. Como bien se sabe Grecia y Turquía están en un prolongado conflicto por razones diversas en el Egeo, Chipre, Tracia oriental y otras causas, y una disputa adicional entre los dos países agravaría todavía más la inflamabilidad de la zona.
Muchos me han interrogado sobre la posible solución del conflicto en el sudoeste europeo. Invariablemente les digo que no hay soluciones previsibles. A lo sumo habrá de vez en cuando treguas. Pero los armisticios en los Balcanes no resuelven nada. Hay que aprender y acostumbrarse a vivir con los conflictos. Habrá muchos más y peores que éstos en el futuro. El pasado no era mejor. Yo, por mi parte, me acuerdo de todo lo que quiero olvidar. Las lecciones de los errores del pasado son tan bien aprendidas que cada vez se repiten con más idoneidad. A la larga, todo termina en un libro de historia.
Los Pirómanos
Haré una afirmación quizás temeraria: el colapso de la Unión Soviética ha tenido y va a tener sobre el desarrollo de la política mundial menos impacto que la reunificación alemana. Ambos acontecimientos estan inseparablemente entrelazados.
El naufragio de los bolcheviques por supuesto era muchísimo mas espectacular que el magno acontecimiento germano. Diría algo más: una vez aceptada la reunificación alemana, que de hecho dependía sólo de Moscú, pareció como si la Unión Soviética hubiese perdido su razón de ser. Y aquí no se trata de la cronología de los hechos, sino de acontecimientos de dimensiones históricas. La URSS terminó como Estado, y casi al mismo tiempo, coincidiendo con el desmontaje del Muro de Berlín, las dos Alemanias se reencontraron. Los detalles calendáricos no alteran la esencia de esta afirmación.
Simultáneamente (repito: aquí no importan las fechas exactas) con el desmembramiento de la URSS y la reunificación de Alemania, comenzó la descomposición de Yugoslavia que sigue hasta nuestros días. La interrelación causal de estos acontecimientos europeos, que ocurren en una zona geográfica de reducida dimensión, es evidente.
Nos detenemos primero en el tema de la reunificación alemana. Gran Bretaña, por intermedio de la señora Tatcher y Francia, a través de Mitterand, hicieron todo lo diplomática y políticamente posible para detener la unión de Alemania, su más importante aliado en la OTAN.
Bonn por su parte, vía el Vicecanciller y Ministro de Relaciones Exteriores de la época, Hans-Dietrich Genscher, dio el puntapié inicial para la delicuescencia de Yugoslavia, reconociendo unilateralmente y sin consultar a los restantes miembros de la Comunidad Europea y de la OTAN, el pedido de reconocimiento de Croacia y Eslovenia que integraban el Estado Federativo de Yugoslavia. (Una observación periférica hecha de forma somera.)
La historia tiene sus ironías. Así como la Rusia soviética fue desde su inicio una creación del káiser alemán Guillermo II que apoyó logística y pecuniariamente a Lenin y su grupo con el objetivo de derrocar, primero al gobierno del zar y después al de Kerensky en 1917, con los cuales estaba en guerra, la URSS en 1989, pasando por una prolongada agonía, y después de cortas pero intensas negociaciones entre el canciller alemán Helmut Kohl y el Secretario General del Partido Comunista y Presidente de la Unión Soviética, Gorbachov, terminó con la existencia del imperio bolchevique.
En el correr de dos años ocurrieron tres magnos eventos:
- la Reunificación alemana,
- la desintegración de la Unión Soviética,
- la descomposición de Yugoslavia.
¿Coincidencia? ¿Aleatoriedad? ¿O encadenamiento causal? El Estado croata, por su parte, nació por la voluntad del Führer alemán Hitler en 1941, y duró cuatro años. Fue restaurado por el canciller alemán, Kohl en1991.
Cuando comenzó la guerra en Bosnia-Herzegovina y los serbios iniciaron sus fechorías genocídicas, las Naciones Unidos intervinieron en principio tibiamente como observadores (primero) y más tarde como fuerzas de paz en las zonas de combates donde bosnios de extracción musulmana, croata y serbia, amén de voluntarios de los países islámicos y rusos, luchaban con singular ferocidad.
Ingleses y franceses formaban los principales contingentes de paz que integraban las fuerzas de la Organización de las Naciones Unidas en la zona del conflicto bélico de la antigua Yugoslavia. Durante más de tres años los serbios ejercieron la hegemonía militar mediante asesinatos en masa, expulsiones de poblaciones enteras de su lugar de multicenturial radicación, violaciones de todo orden y otros horrores. La recién nacida Bosnia como Estado y su población, estaba a punto de desaparecer.
Londres y Paris en realidad no hicieron nada sustancial para impedir el ímpetu de los serbios de quedarse con la mayor parte del territorio en pugna. La única interpretación que se me ocurre para tan estéril, y aparentemente inexplicable comportamiento de ingleses y franceses, es que, Londres y París temían que el continuo debilitamiento de Serbia y la pérdida de masa territorial por parte de ésta, facilitaría, a la larga, una inevitable expansión y fortalecimiento de la influencia alemana en el sudoeste europeo vía Eslovenia, Croacia y Bosnia. Los tres Estados integraban hasta fines de 1918 el Imperio austro-húngaro, o sea, estaban en la órbita de la cultura alemana. Y la experiencia que tuvieron estos tres países como parte de la Federación yugoslava, en la comparación, no fue de las más felices. En la Segunda Guerra Mundial, Croacia y muchos bosnios eran aliados de Berlín, participando con no poca sevicia en las operaciones militares antiserbias de la Wehrmacht alemana en el territorio yugoslavo, dando rienda suelta a su sangriento nacionalismo tribal.
La intervención norteamericana en 1995, pudo llevar con no poco esfuerzo, pero también con determinación, a los representantes de las partes en pugna a Estados Unidos, y en la base aereomilitar de Dayton se llegó, en conversaciones bajo el signo de la bilis y no sin presión, a la firma de un armisticio que pocos meses más tarde fue ratificado en París.
Después de este éxito diplomático de los Estados Unidos, Washington tuvo la impresión de que Miloshevich, políticamente derrotado y a pesar de todos sus crímenes, podría ser de aquí en adelante un factor de relativa estabilidad y equilibrio en la afiebrada área. En el Departamento de Estado pensaban, que una vez reconocido su fiasco, los mandarines en Belgrado intentarían mantenerse en el poder tratando, en aras de su propia sobrevivencia,de no contribuir a complicar más la situación.
No supieron evaluar con realismo ni la personalidad de Miloshevich ni la malignidad de su contorno del cual, en última instancia, él dependía. Ignoraban que no se puede esperar actitudes de sentido común o de realpolitik de parte de sujetos voluntaristas en su pensamiento e irresponsables en su acción.
Mientras tanto en Kosovo, los albaneses moderados insistían en que se restableciera la autonomía que Tito les había otorgado en 1974 y que Miloshevich les había quitado arbitrariamente en 1989. Como Serbia no se avenía a este reclamo, los elementos moderados, que hasta entonces eran mayoría, empezaban a perder fuerza en Kosovo y los extremistas, Albania mediante, se fortalecián, aumentando y modernizando su armamento. Bajo la incrementada presión de los ultras, la exigencia kosovar ya no era volver a la autonomía sino, a través de los voceros extremistas, se proclamó la inasequible, monocroma y funeraria fórmula: “independencia o muerte”. La segunda parte de esta alternativa, digna del siglo diecinueve y poco realista, se está cumpliendo. Lo que los termocefálicos extremistas consiguieron, hasta ahora, es la muerte pero no la independencia. Lo que era previsible.
El pobre papel que cumplió la ONU en la primera etapa de esta guerra balcánica fue motivo para prescindir de su participación en la segunda. Pero mientras que en el período 1992-95 las fuerzas onusianas, lideradas por franceses e ingleses con moderación extrema, en la actual intervención de la OTAN galos y británicos participan hombro a hombro, y con igual fervor, con los norteamericanos. ¿A qué se debe el cambio de actitud?
Tengo la impresión de que el masivo involucramiento militar de Alemania (unificada) en los acontecimientos de los Balcanes inducen a Londres y París, esta vez, a no abstenerse de intervenir activamente contra Serbia. Cualquier abstención o tibieza por parte de franceses e ingleses los excluiría eo ipso de una futura participación en la redistribución de influencias postbélicas en los Balcanes.
El mismo deseo de no estar ausentes en las futuras litispendencias relacionadas con el conflicto balcánico, declara también Moscú, aún con cierta demora, pero con su típica bravuconada. Mientras que en el principio de las operaciones en Kosovo el gobierno moscovita anunció su “apoyo humanitario” a los serbios, últimamente el anilocuo Yeltzin, con su habitual desmesura retórica, emite amenazas de una tercera guerra mundial si los ataques de la OTAN contra Serbia no cesan. Esta postura de incontinencia verbal que desafía toda racionalidad y sentido común sólo podría tener una explicación desde la óptica de la psicología. Pues es obvio que Yeltzin actúa de nuevo bajo presión de los veterobolcheviques que, como se dijo de los monárquicos después de la Restauración, «Ils n’ont appris ni rien oublié». Las guerras, como opina Pero Grullo, se hacen por mar, tierra y aire. Además hoy, aún en Rusia, se necesita un razonable consenso de la población para ir a la guerra. Y el pueblo ruso vive actualmente en estado de catástrofe demográfica: por 1000 habitantes hay 9 nacimientos y 16 muertos… Además, un gobierno, que vive su anomia, que es completamente insolvente al grado de no poder abonar los sueldos a los oficiales de sus infraequipadas Fuerzas Armadas, donde soldados navales se han muerto por inanición, y donde las deserciones son masivas, no está en condiciones de comenzar ninguna guerra. Rusia, un país de 150 millones de habitantes, que tuvo y tiene vitales intereses en Chechenia, por ejemplo, no era capaz de vencer la resistencia de este pueblo de 2 millones… En Rusia hoy saben que todo cambio es para peor. Y el poder de la indiferencia es enorme… Yeltzin, cuyo mafiotizado gobierno es el paradigma de incapacidad, corrupción y anemia total, seguramente tiene otras prioridades que provocar una guerra mundial a causa de una oscura provincia serbia.
Lo que realmente preocupa a Yeltzin y a sus opositores es la desaparecida gravitación de Rusia en los Balcanes. Esta carencia la puede intentar enmendar negociando con Washington y quizás pronto con Berlín, pero no brindando apoyo declamativo a los asesinos en Belgrado matizándolos con amenazas apocalípticas contra Occidente.
Y aquí corresponde hacer algunas reflexiones sobre la continuada existencia de la OTAN.
Una vez desaparecida la URSS y su aparato militar, el Pacto de Varsovia, parecía casi obvio que con este acontecimiento, la OTAN había perdido su raison d’être. La Organización fue creada en 1949, como todo el mundo sabe, con la participación de la mayoría de los países de Europa del Oeste, Canadá y Estados Unidos con el propósito de erigir una valla militar contra el incesante avance de la Unión Soviética. Un pacto militar desde Vancouver hasta Vladivostok. Gracias a la OTAN y a su superior maquinaria bélica Moscú jamás se atrevió a seguir avanzando en Europa.
Una vez terminada la llamada Guerra Fría como directo resultado de la reunificación germana, el temor de Gran Bretaña y Francia, como se mencionó al principio, se trasladó hacia Bonn-Berlín. En Londres y París se sigue temiendo que la reunificada Alemania, condicionada por su propia e incrementada dinámica, inevitablemente expandirá su influencia económica, política y cultural hacia el Este europeo, liberado de la opresón de la Unión Soviética. La única manera de controlar y de algún modo de influir sobre este temido desarrollo, creen los ingleses y franceses, consiste en mantener a Alemania encorsetada en una organización hacía la cual, en su momento, Bonn se había comprometido sin ambages de actuar al unísono y en consenso.
La activa participación de Alemania en la actual guerra de los Balcanes se debe también, en mi opinión, al hecho de que la actual capa gobernante en Bonn-Berlín proviene de la izquierda nacionalista. A su vez, el involucramiento de los alemanes obedece a un fenómeno generacional.
La izquierda nacionalista alemana, actualmente en el poder, se siente libre de la mácula que respondía al clásico nacionalismo germano, ávido de conquistas territoriales. Por el otro lado, la actual generación no sufre el complejo de culpabilidad y el resultante trauma que le fue inculcado en las dos generaciones anteriores, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, según el cual la “culpa colectiva”, a raíz de la guerra y el holocausto, afectaría, a modo de maldición bíblica, a todo el pueblo y las generaciones venideras.
Simultáneamente se está observando un sobreenfatizado interés de Alemania de involucrar a Rusia en la búsqueda de soluciones en los Balcanes. La fundamentación de tal proceder es el argumento de que Rusia siempre ha tenido genuino interés en la zona y es al único interlocutor que los serbios aceptan.
Mi impresión es que los alemanes en este momento, a causa de la descomposición de Rusia y su completa dependencia económica y tecnológicamente de Bonn (y Washington), no temen a los rusos más y no los consideran como rivales en esta región soliviantada. Esto significaría que una vez neutralizado el conflicto, Alemania quedaría como única potencia aceptada por la mayoría de los países de la región. Rusia, por su parte, serviría a Alemania como intermediario frente a cualquier gobierno serbio, hostil por tradición histórica, a Alemania.
Los Estados Unidos, por su parte, que no tienen intereses vitales en los Balcanes, se retirarían y dejarían la preponderancia en la región a aquellos socios en la OTAN que estarán en condiciones de asegurar la no violación de los armisticios. Esto significaría que Inglaterra y Francia, preocupadas por la pérdida de su influencia en los Balcanes, probablemente intentarán fortalecer todos los elementos anti-germanos en Serbia, en su beneficio. A su vez, esto crearía tensiones entre Francia e Inglaterra por un lado y Alemania, por el otro, que se irradiarían hacía el centro de Europa y esto podría ser el principio del fin de la OTAN con todas las consecuencias a nivel global. En tal caso, los Balcanes jugarían, nuevamente el papel protagónico en el escenario mundial, sin proponérselo.
La eventual descomposición de la OTAN no puede estar fuera de los cálculos de Londres, lo que explicaría la intensificaciónde la retórica británica contra Serbia que se registra desde mayo de 1999.
Francia, entretanto, ha mantenido un nivel de sólo moderada hostilidad.La OTAN, una vez desaparecida la URSS, tuvo que reformular su nueva misión. La encontró en la defensa de la universalidad de los Derechos Humanos de cualquier pueblo o etnia y en la preservación de la paz en Europa.
La política de consecuente y sangriento chauvinismo y expansionismo por parte de Serbia, dirigida por un gobierno violatorio, agresivo, intolerante y de bien marcado perfil estalinista, ofreció una clara legitimidad y la mejor justificación para la continuada existencia de la OTAN. Los comunistas yugoslavos resisten, como vemos, con mucho más decisión la desaparición de su Estado, que sus camaradas en la finada Unión Soviética. El estado bolchevique se evaporó casi por vía de un trámite burocrático. Gorbachov, después de sus conversaciones con Kohl y Genscher, decretó la disolución del partido comunista y el cese de la URSS… y listo. Yeltsin hizo lo suyo… La Unión Soviética sucumbió con tanta rapidez porque siendo un país inflexible y rídido, un sólo hombre, Gorbachov, Secretario Genreal del Partido gobernante y Presidente de la URSS, pudo liquidarlo. Si la Rusia soviética hubiera sido un Estado más normal, se hubieran encontrados fuerzas suficientes para evitar su propio colapso.
Por supuesto, este fenómeno histórico no es tan simple y merece un preciso discernimiento de los protagonistas y los factores involucrados, y una consideración y análisis mucho más elaborados. Pero no es este el lugar para hacerlo.
Serbios y rusos tienen historia y características muy distintas. La larga permanencia del régimen stalinista de 30 años de duración, ha atrofiado los reflejos del pueblo ruso que en realidad nunca fueron muy agudos, y lo ha hecho reacio a sacrificarse en la búsqueda de la libertad nacional o individual, y ahora aún menos a la preservación de la dimensión imperial de su país. Con todo, prescindir de ser imperio no es fácil para aquel país donde este tipo de estadidad llevó siglos en establecerse.
¿Qué consecuencias podrían tener los actuales acontecimientos en la Yugoslavia residual en el futuro? Me imagino que la actual Yugoslavia, una vez separada Kosovo y eventualmente Montenegro, retrocederá a su estado natural: será Serbia y punto. Este posible desarrollo podría tener dos consecuencias, por el momento obviamente, hipotéticas:
- Belgrado se transformaría en el estercolero de los desechos y sobras del comunismo internacional diseminados en el mundo, apestando la ecología política de los pueblos. Para un comunista que todavía no se refaccionó y llega a emerger desde la profundidad del basural histórico, sería natural intentar encontrar su nuevo lugar de recolocación política en Belgrado, y por cierto no en Moscú. A no engañarnos: Miloshevich tiene un perfil stalinista muchísimo más nítido y atractivo que cualquier sujeto moscovita sobreviviente surgido desde la papírocracia y la nomenclatura bolchevique; y
- los eurófobos chauvinistas serbios viviendo en la indigencia de la esperanza, terroristas por tradición y vocación, mascando el polvo de la derrota, posiblemente harán una alianza con los fundamentalistas de cualquier tipo bajo el signo de la venganza (excluyendo quizás los islámicos) para lanzar una acción masiva de terrorismo a nivel global. La última fase del comunismo es el chauvinismo. Continuarán la guerra contra Estados Unidos y Europa desde el terreno serbio y con menos riesgo aparente.
El conflicto en los Balcanes no tendrá una solución ni pronta ni fácil. Desde siempre tuve la impresión de que lo que ocurre en el sudoeste europeo hoy fue de alguna manera o el resultado de una estupidez inconmensurable o preprogramado en Versalles en 1919. Países como Gran Bretaña y Francia que tienen un pasado que ninguna otra nación ha tenido, no pueden haber sido gobernados por seres tan equivocados, incapaces de asegurar la paz para sus pueblos por lo menos durante 50 años. Cómo era posible que en Versalles no se elaborase un concepto sanitario y profiláctico con relación a la perennemente contagiosa conflictividad de Europa oriental, cuando ya en la década de los setenta del siglo pasado, Bismarck diagnosticó y advirtió que «de los Balcanes saldrá la chispa que volará el polvorín europeo» Efectivamente, en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial a raíz de Bosnia. En Versalles fue recreada Polonia. En Polonia comenzó la Segunda Guerra Mundial 20 años después de su renacimiento. En 1991 se inició la guerra inter-balcánica en Yugoslavia. ¿Cuántas veces más en la historia se repetirá la ignición mientras que el comando multinacional de bomberos vendrá y mirará hacia el otro lado hasta que finalmente las llamas hayan hecho lo suyo?
Después del bombardeo
¿Fin de la belifgerancia belgradense?
La destrucción de gran parte de la infraestructura civil, industrial y militar de Serbia como resultado de los prolongados bombardeos de la OTAN, ha tenido diferente interpretaciones. No las vamos a enumerar. En todo caso, mi impresión es que muchos de los observadores y comentaristas, carentes de perspectivismo, parten de premisas moralizantes y plañideras resultantes del impacto que transmite la inmediatez televisada de los acontecimientos mismos.
La decisión de una acción de las dimensiones del bombardeo que se produjo contra la totalidad del territorio de Serbia por parte de la OTAN, fue tomada después de meses de negociaciones estériles con Miloshevich. Se le ofrecieron múltiples opciones, diversas alternativas, y sus interlocutores, primero onusianos y después otanescos, no escamotearon en la descripción de detalles las consecuencias en caso que el belgradense no se aveniera a los reclamos occidentales de prescindir de su intención de homogeneizar su base demográfica y modificar su holocáustico proceder en la provincia de Kosovo. Endurecido cada vez más a causa de su radicalizado entorno, tanto político como familiar, Miloshevich demostró una obstinación transracional en la comprensión y falta de flexibilidad en la reacción frente a un peligro real, tangible, inminente e inevitable. Incapaz de negociar efectivamente, y hacer compromisos donde las opciones se tornan sumamente escasas, Miloshevich cada día se metía más y más en un callejón son salida.
Es evidente que él y su gente especulaban, en base a las prolongadas negociaciones, fruto de la Palencia occidental, que la OTAN «bluffiaba», que sus integrantes estaban divididos entre sí, que faltaba la voluntad colectiva de actuar en contra de Serbia, que Rusia y China en último momento intervendrían a favor de los serbios, y otras reflexiones desiderativas. La cúpula en Belgrado no estaba en condiciones para enfrentar las evidencias. Molishevich y su gente no entendían que las larguísimas y repetidas plásticas diplomáticas que los occidentales mantenían con él, les servirían a la postre a sus interlocutores occidentales como coartada ante sus opiniones públicas, en el sentido de que se había hecho todo lo posible para evitar la aplicación de medidas drásticas contra Serbia. Los serbios, con su planteo dilemático absolutista de «o…o», simplemente salieron del cuadro de la historia contemporánea, no captando que las llamadas «opciones de tiempo», o sea, la capacidad de determinar el momento de la acción, estaban en Occidente. Enfrentados al dilema de negociar o guerrear, y sin miedo a las consecuencias sabidas de antemano, los líderes serbios invariablemente optan por la guerra, e invariablemente la pierden.
Es evidente también que en Belgrado persiste un atraso mental político y un optimismo parroquial que no permite al gobierno captar el diferente significado de los hechos mundiales producidos en los últimos años y que la importancia que la exYugoslavia hay tenido durante la llamada Guerra Fría hoy ha variado cualitativamente. Este cambio de enfoque explica la distinta reacción occidental, y aún de Rusia, hacia los recientes acontecimientos en la península balcánica.
Creo que la inusual, prolongada y despiadada acción colectiva de la OTAN contra Serbia ha tenido otros motivos, además de castigar al gobierno de Belgrado por su genocídico proceder contra la minoría albanesa en Kosovo.
Es importante saber que Serbia es uno de los pueblos más belicosos, por lo menos, en Europa. El chauvinismo de los serbios ha sido la causa de muchas tragedias y guerras regionales e internacionales, y parece, si nos atenemos a los hechos producidos, inextirpable. No quiero aburrir al lector con docenas de ejemplos que sustentan la afirmación anterior, que abarcan dos siglos y quizás tienen a veces su explicación histórica, pero que en ningún caso justifican la desproporcionada reacción de los serbios cuando creen que son amenazados o cuando ejecutan gozosamente su vendetta.
Esta congénita, y por ende aparentemente incorregible, violencia del pueblo serbio (que se me perdone la generalización) debe haber sido objeto de estudio y análisis previos a la decisión final de bombardear el territorio de la restante Yugoslavia. Los psicólogos militares deben haber llegado a la conclusión de que la fragmentación de la Gran Serbia (que había adoptado la denominación «Yugoslavia») en varios estados nuevos (Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia) inevitablemente tendría un impacto traumático sobre los serbios y como consecuencia de esto, mantendría en el futuro a los Balcanes en un estado de intermitencia bélica con intercambiables participantes.
Sabiendo que los serbios son malos perdedores y no aceptan la derrota militar como una de las posibilidades dela guerra, es fácil prever que Serbia, en su afán de recuperar posiciones perdidas y en su natural vengatividad, intentaría organizar por distintos medios y según las posibilidades y condiciones del momento, guerras abiertas, subversión, guerrilla, terrorismo, sabotajes, etc… manteniendo de esta manera una constante conflictividad en el sudoeste europeo. Este estado de guerras regionales permanentes en la península balcánica conlleva el natural peligro de irradiarse e involucrar a otras naciones del área como Bulgaria, Grecia, Albania, Hungría, Rumania y Turquía, además de los nuevos Estados que anteriormente pertenecían a la finada Yugoslavia, y que de una forma u otra forma colaboraron con la OTAN contra Serbia. Lo que Occidente desea es precisamente evitar una catástrofe de incalculables consecuencias.
No descarto que los analistas y estrategas de Occidente podrían haber llegado a la conclusión de que el único medio que cambiaría la innata belicosidad de gran parte del pueblo serbio sería destruir la infraestructura de su Estado y después reconstruirla.
No faltan elementos empíricos que avalan tal hipótesis. Alemania y Japón eran dos pueblos sumamente agresivos. Una vez destruidos sus Estados, 55 años atrás, pasaron aproximadamente dos lustros para registrar los primeros síntomas positivos tanto en lo económico como en lo anímico de estos dos pueblos que hoy pertenecen por derecho propio al campo occidental.
Estoy consciente de que lo anterior es una hipótesis temeraria. Pero he llegado a ésta, una vez examinadas las experiencias de nuestro siglo, y concluí que si alemanes y japoneses fueron capaces de adquirir e identificarse con valores civilizados de comportamiento internacional, no hay motivo para pensar que los serbios, mutatis mutandis, no estarán en condiciones de pasar por similar mutación psicológica.
La restauración del Estado serbio que insumirá enormes fondos que serán aportados, en aras de la paz europea (y mundial), tanto por los Estados Unidos como por los restantes países integrantes de la OTAN, tonificaría también la economía de estos países involucrados en la reconstrucción de Serbia.
Siempre hay que establecer una relación entre los objetivos y los medios para alcanzarlos. Y no hay que ignorar que una Serbia dramáticamente periclitada, abandonada a su miseria actual, es una bomba de tiempo cuya explosión estallaría a corto plazo y cuya onda expansiva haría estragos a larga distancia.
Dr. Alphonse E. Max: Doctor en Ciencias Políticas, Escritor (20 obras publicadas), Periodista y conferencista internacional.